Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

El problema de la pandemia que nos aqueja no lo debemos ver como un acontecimiento puntual, sino en perspectiva, viendo sus efectos y los escenarios futuros al que nos arrastra.  Es lo que trató de decir, el primer ministro italiano, Giuseppe Conte, en una entrevista concedida al diario El País, al dar título al texto: “el problema no es salir de la crisis, sino hacerlo cuanto antes”.

No es subestimar el aquí y el ahora que nos ahoga, sino una forma de ver el horizonte para anticiparse a él y prepararse de mejor modo.  Y por lo que se ve, sin ser ave de mal agüero, se ciernen días no muy halagüeños.  Por eso es que hay que salir de la crisis cuanto antes para que los daños sean inferiores a los que se avizoran según las estimaciones económicas que ya se empiezan a verificar.

No es tarea fácil porque mucho de lo que nos ocurre es ajeno a nosotros.  Son factores que, al estar fuera de nuestro control, a veces nos determinan sin poder sino acomodarnos para responder improvisadamente en el camino.  Es bien sabido que la enfermedad extendida, es todavía un misterio por resolver que nos sitúa en el papel de actores secundarios frente al drama que desconocemos su final.

Y es precisamente esa incertidumbre la que más pesa en nuestros días: el desconocimiento de los escenarios futuros.  Frente a ello, no queda sino aferrarnos a la experiencia para reestablecer la salud física, financiera y psicológica afectada por una situación insólita.  Porque no solo no estábamos preparados para esta circunstancia, sino que nunca la había vivido con anterioridad.

Conviene, en consecuencia, mientras prevenimos el virus en casa y nos curamos en los hospitales, pensar en el mañana.  Un futuro considerado en término de semanas con el fin de obligar a esa especie de destino ciego a dar de sí para nuestra conveniencia.  Más aún si se trata de disponer escenarios en países subdesarrollados como el nuestro, el afán debe ser doble porque las variables a controlar exceden nuestra cintura en el ámbito de las acciones.

Es lo que queda como sujetos inteligentes.  Lo demás es abandonarnos a nuestra suerte, dormirnos en los laureles y dejarnos morir indolentemente.  Quejarnos o simplemente volvernos al Dios providente, apoltronados, pidiendo milagros.  No es esa nuestra tarea moral y, menos aún, la conducta cristiana.  Quizá nunca ha sido tan urgente sembrar, arrojar la semilla de la esperanza, para que el buen Dios la haga germinar.  Creo que si nos esforzamos, lo realizaremos.

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