Eduardo Blandón
Me conecto a una sesión de actualización pedagógica, esas a veces de moda como reacción a la pandemia que nos afecta, y alguno comenta que la enseñanza de las herramientas digitales debió hacerse con anticipación. Se lamenta en lo personal que, desprovisto de las habilidades para la enseñanza a distancia, deba aprender con premura para estar a la altura de las circunstancias.
Luego de ello, en un episodio que veo en YouTube sobre manejo de dinero y finanzas personales, el experto aconseja conducirse con prudencia porque, “este es un período que puede conducirnos a la recesión”. Y agrega: “ahora es tarde para los que no han ahorrado. Mi consejo habitual es tener una reserva para poderse mantener por al menos seis meses en casos de emergencia”.
En los dos casos anteriores, parece que los acontecimientos sorpresivos de nuestra vida nos sobrepasan. Como que no hemos sido formados para la prevención lo que explica, el aturdimiento, la improvisación y el nerviosismo en nuestras respuestas. Da la impresión de que vivimos como mozalbetes entretenidos en un presente que no sabemos administrar a causa de una montaña de distractores.
Esa situación permanente en la que alguien nos ayuda a “sacar las castañas del fuego” por nuestros descuidos no solo se reduce al mundo externo. La anarquía en el gobierno de las emociones es la prueba reina de que no cultivamos un estado mental que nos prepararía para acontecimientos de última hora. Por eso, frente a una pandemia global como la que vivimos en nuestros días, somos presa fácil del miedo, las noticias falsas y la depresión.
Esto ha quedado patente en las distintas conductas expresadas desde que apareció la enfermedad referida. Primero, por ejemplo, en la compra desesperada y desproporcionada de papel higiénico, desinfectantes y medicamentos. Y, segundo, en el crédito fácil dado a las distintas teorías conspirativas aparecidas en la red. Todo ello atestigua nuestra vulnerabilidad emocional tan oscilante, desequilibrada y volátil.
Algunos disimulan esa insanidad mental a través del recurso siempre efectivo de la religión. Nos enteramos de esas sutilezas a través de las redes sociales, cuando esos adultos en estado de infancia espiritual inundan las redes con “cadenas”, oraciones y abundantes jaculatorias que nos hacen recordar el medioevo dantesco del siglo XIII.
Ojalá la crisis ayude a cambiar nuestro modo vida. Quizá nos convenga una actitud milenarista en donde, a sabiendas que el fin se acerca, asumiéramos una conducta del “ya, pero todavía no”. Eso ayudaría a llevar en orden nuestras finanzas, a amar sin límites y a vivir cada día. Quiero decir, todos situados en el horizonte de la finitud, conscientes de eso que lo romanos llamaban, el “memento mori”.