Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

Es innegable que la pandemia de COVID-19 que afecta al mundo en estos precisos momentos, ha desnudado realidades que van más allá de los efectos del mismo coronavirus en sí. En algunos casos ha puesto de manifiesto la bondad y generosidad de muchas personas, pero en otros tantos (casos), también ha propiciado que se deje ver una muy poco agraciada y negativa cara del actuar humano: xenofobia, racismo, discriminación, exclusión, etc. No obstante, y ciertamente, está dejando lecciones muy claras y contundentes de cara al futuro inmediato de la sociedad global a la que todos pertenecemos, nos guste o no, tanto en lo político y social, como en lo económico y financiero. Es evidente que muchas cosas han empezado a cambiar abruptamente en la vida cotidiana de las personas, y muchas otras irán cambiando sin duda conforme avancen los próximos días que se avizoran inciertos. Otras tantas más, sin embargo, será necesario repensarlas y replantearlas en función de satisfacer las demandas y exigencias que la forma de vida a la que tendremos que hacer frente en breve, irán haciendo su aparición. Resulta evidente que cuando ocurre un fenómeno como el que nos ocupa, muy difícilmente puede decirse que se está preparado para enfrentarlo. Las evidencias a lo largo y ancho del mundo son más que claras al respecto. Los precarios sistemas de salud en muchos países se resienten y se desbordan, incluso países del llamado “primer mundo” padecen tal desbordamiento y lamentan la inminente recesión económica que se avizora a la vuelta de la esquina. En tal sentido, y, por lo tanto, (aunque parezca frívolo o quizá inoportuno decirlo en estos momentos) resulta prudente repensar los modelos en los cuales se basa la vida de los Estados actuales. Las políticas públicas de salud y educación (entre otros importantes tópicos, claro está), deben ser prioridad para cualquier gobierno; dado que el capital, entendido, someramente y con una mínima cientificidad en este caso, como el conjunto de los medios de producción, por sí sólo no trasciende, no genera nada, por lo que debe privilegiarse la vida del ser humano que, al final de cuentas, es el que mueve los engranajes de las estructuras de todo país y se constituye, por lo tanto, en el más valioso activo del que puede disponer una nación. A las generaciones actuales no les había tocado experimentar lo que significa vivir una pandemia, y ojalá no tuviera que volver a ocurrir nunca o por lo menos en mucho, mucho tiempo, pero si de algo debemos estar conscientes todos los que de alguna manera la experimentamos hoy día, es el hecho de que toda crisis es una oportunidad (en el mejor sentido de la expresión en términos sociales), una oportunidad para aprender de los errores, y para ver hacia adelante con la convicción de que las cosas pueden ser mejor para todos. No dudo de que el mundo y Guatemala en lo particular saldrá adelante. Habrá que hacer sacrificios y esfuerzos, por supuesto, pero es posible. No tengo la menor duda.

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