GRECIA AGUILERA
El aislamiento social que hemos tenido que vivir actualmente por causa del Covid-19, me ha hecho pensar que esta pandemia nos ha recordado lo vulnerables y frágiles que somos como humanos ante esta funesta situación, que allá afuera existe una naturaleza dual, tan cruel como bondadosa, tan terrible como hermosa, tan impía como pura y generosa. He encontrado una acertada reflexión de la Psiquiatra colombiana Edna Cecilia Rueda Abrahams, excelente narradora, que expresa: “Y así un día se llenó el mundo con la nefasta promesa de un Apocalipsis viral y de pronto las fronteras que se defendieron con guerras se quebraron con gotitas de saliva, hubo equidad en el contagio que se repartía igual para ricos y pobres, las potencias que se sentían infalibles vieron cómo se puede caer ante un beso, ante un abrazo. Y nos dimos cuenta de lo que era y no importante, y entonces una enfermera se volvió más indispensable que un futbolista, y un hospital se hizo más urgente que un misil. Se apagaron luces en estadios, se detuvieron los conciertos, los rodajes de las películas, las misas y los encuentros masivos y entonces en el mundo hubo tiempo para la reflexión a solas, y para esperar en casa que lleguen todos y para reunirse frente a fogatas, mesas, mecedoras, hamacas y contar cuentos que estuvieron a punto de ser olvidados. Tres gotitas de mocos en el aire, nos han puesto a cuidar ancianos, a valorar la ciencia por encima de la economía, nos han dicho que no sólo los indigentes traen pestes, que nuestra pirámide de valores estaba invertida, que la vida siempre fue primero y que las otras cosas eran accesorios. No hay un lugar seguro, en la mente de todos nos caben todos y empezamos a desearle el bien al vecino, necesitamos que se mantenga seguro, necesitamos que no se enferme, que viva mucho, que sea feliz y junto a una paranoia hervida en desinfectante nos damos cuenta que, si yo tengo agua y el de más allá no, mi vida está en riesgo. Volvimos a ser aldea, la solidaridad se tiñe de miedo y a riesgo de perdernos en el aislamiento, existe una sola alternativa: ser mejores juntos. Si todo sale bien, todo cambiará para siempre. Las miradas serán nuestro saludo y reservaremos el beso solo para quien ya tenga nuestro corazón, cuando todos los mapas se tiñan de rojo con la presencia del que corona, las fronteras no serán necesarias y el tránsito de quienes vienen a dar esperanzas será bien recibido bajo cualquier idioma y debajo de cualquier color de piel, dejará de importar si no entendía tu forma de vida, si tu fe no era la mía, bastará que te anime a extender tu mano cuando nadie más lo quiera hacer. Puede ser, sólo es una posibilidad, que este virus nos haga más humanos y de un diluvio atroz surja un pacto nuevo, con una rama de olivo desde donde empezará de cero.” De igual manera esta meditación anónima es otra forma de ver la realidad: “Nada ocurre por coincidencia y casualidad, la época en que apareció la cuarentena está ocurriendo en cuaresma. La cuaresma representa los 40 días y 40 noches que Jesús pasó en el desierto orando. Este virus nos tiene orando… Nos tiene en casa con nuestra familia, sin distracciones mundanas muy comunes en esta época que nos distraen de la verdadera iglesia… Es curioso que el nombre que se le ha dado a esta pandemia sea ‘Corona Virus’, para mí hace referencia a la corona de espinas que llevó nuestro Señor Jesús a la cruz del Calvario… Creo firmemente que Dios no se equivoca y usó esta pandemia para unirnos.” Y recordemos lo que dice Isaías en el capítulo 26, versículo 20: “Ve a tu casa, pueblo mío, ¡y pon cerrojo a tus puertas! Escóndete por un breve tiempo, hasta que haya pasado el enojo del Señor.”