Adolfo Mazariegos
El pasado viernes, en un sector de la zona 9 capitalina, presencié un episodio que no puedo dejar de comentar. Aunque, ciertamente, ya no resulta algo nuevo, a decir verdad. Eran alrededor de las seis y media de la mañana. Una pareja en motocicleta (asumo que eran esposo y esposa respectivamente) y dos niños pequeños (asumo que eran los hijos de ambos), uno de brazos que con una mano era arropado por la dama mientras con la otra mano se sostenía precariamente de la cintura del conductor, y otro niño que tendría unos 3 o 4 años, éste viajaba sentado prácticamente sobre el tanque de la gasolina, sosteniéndose con sus manos infantiles, pequeñas e inexpertas, del manillar de la moto. Sin casco todos (excepto el conductor, que llevaba el casco de adorno, colocado a medias sobre su cabeza). La motocicleta, como muchas de las que se ven hoy día en similares situaciones por calles y avenidas, -a veces contadas en decenas creando peligrosamente un tercer carril sobre las líneas divisorias de las vías-, pasó prácticamente a la par de un oficial de tránsito que ni se inmutó, circulando tan velozmente como le era posible por entre autos y demás vehículos cuyos conductores, a esa hora, seguramente buscaban con denuedo llegar a algún lugar para iniciar alguna jornada laboral… De ninguna manera generalizo al exponer el episodio en cuestión, por supuesto; ni cuestiono las razones, motivaciones o capacidades individuales que han producido la proliferación de vehículos motorizados de dos ruedas durante los más recientes años, no se malinterprete, ese es otro asunto y la cuestión no va por ahí. Lo que sí cuestiono, lo aclaro, es la irresponsabilidad de algunas personas que exponen su propia vida y la vida de sus familias y la de muchas de las personas que encuentran en su camino, además del hecho de que, conscientes o no de ello, contribuyen al caos vial al que nos hemos tenido que ir acostumbrando muy a pesar de los reclamos y lamentaciones que en más de alguna ocasión muchos hemos expresado al respecto, y a lo que, dicho sea de paso, en muchos casos, las mismas autoridades de tránsito contribuyen a incrementar (tampoco generalizo en ello). Pero, más allá de la obvia necesidad de transportarse de alguna manera dentro de una ciudad que crece incrementando continuamente su población y el llamado parque vehicular, es necesario reflexionar en torno al tema, lo cual incluye la necesidad de educación vial, tanto para el ciudadano que utiliza las arterias citadinas, sea en vehículo, sea a pie, como para quienes tienen a su cargo la aplicación de las normas y reglamentos atinentes a la temática para una mejor convivencia social. Y como he manifestado en otras ocasiones, recalco, no se puede generalizar, puesto que personas irresponsables las hay tanto en motos, autos, camiones, buses o incluso a pie, pero lo cierto es que, innegablemente, el tránsito está fuera de control, y preciso es hacer algo al respecto urgentemente, por el bien de todos.