David Barrientos
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Guatemala se encuentra atrapada en una polarización encarnizada que no nos permite ver con claridad el presente, mucho menos el futuro, la energía se consume en luchas intestinas desde esquinas favoritas, en algunos casos sin saber qué intereses se defienden, en otros con mucha claridad en el interés por cual interceder. La desventura es que el bien común no figura en el mapa de la coyuntura de los grupos existentes en el escenario político, la inconsistencia de esta suma a la incertidumbre y genera un alto grado de deterioro al sistema político nacional.
La democracia ? supone una forma de organización político social que atribuye el poder a la ciudadanía, defiende la soberanía del pueblo y su derecho a elegir y controlar a sus gobernantes, en la cual las decisiones colectivas son adoptadas por el pueblo mediante mecanismos de participación directa o indirecta que confieren legitimidad a sus representantes; sin embargo, más parecen estos enunciados encajar en una historia fabulosa que sostiene un sistema que ha mostrado su proclividad a la demagogia, la degradación, corrupción y manipulación de los procesos electorales y designaciones, con el único objeto que unos cuantos alcancen el poder, mediante el uso de la propaganda, la retórica y la descalificación en un ambiente de corrupción. La “derecha, izquierda y centro” viven a lo interno, en un estado de desconfianza, se conocen tan bien, que ni ellos se creen; además cargan con el hecho que su financiamiento es evidentemente oscuro; un secreto a voces como se suele decir.
Una muestra de tal realidad es la lucha de poder entre grupos fácticos que procuran asegurar la asunción de sus allegados o alfiles a las diferentes Cortes de Justicia, no importando que el mismo sistema se debilite; los dineros nacionales y extranjeros van y vienen, las danzas por el mismo se vuelven torpes, los patrocinios ilegales internos y externos por la procura de protecciones especiales permite la impunidad y la cooptación por agendas corruptas: nacionales, globalistas, hegemónicas, ideológicas o corporativas, para el granjeo de sus propios intereses a tal punto que sustituyen al poder legalmente constituido, implantando sus propias reglas.
Ante tal realidad de crisis prolongada y que se agudiza por momentos, se crea un ambiente de incertidumbre en los guatemaltecos, que puede dar pie a acciones no institucionalizadas que procuren el bien común ante la pérdida de credibilidad en las instituciones políticas y gubernamentales. Sostenida sobre la realidad de una sociedad compleja como la guatemalteca que debe reconocer su diversidad y organizar su vida en esa dimensión, procurando en la otredad alianzas más creativas, hacer menos hincapié en el egoísmo, interactuar para producir cambios, porque el camino recorrido en los últimos 30 años, no nos lleva por ese rumbo siquiera, mucho menos en esa dirección.
Es indudable que este tema causa expectativas diferentes, preocupación y hasta pánico, pero un proceso transparente, totalmente incluyente, tutelado y sobre todo público, que garantice la procura del bien común, alejado de agendas perniciosas le daría certeza a la población en general; de no ser así, los dineros seguirán marcando la ruta de la meretriz democracia guatemalteca.