Estamos viviendo una situación crítica y decisiva en la Historia porque estamos a punto de aceptar una designación profundamente viciada de los encargados de administrar justicia en el país. Es un plan cuidadosamente elaborado y que está ya a punto de concretarse y vale la pena recurrir al pasado, a escuchar a valiosos pensadores para reflexionar sobre nuestro papel ciudadano y las consecuencias que tendrá nuestra indiferencia.
Edmund Burke, político y filósofo irlandés respetado en el mundo conservador, refiriéndose a lo que estaba ocurriendo en su época, Siglo XVIII, expresó una lapidaria frase cuando afirmó que “Lo único necesario para el triunfo del mal es que los hombres buenos no hagan nada”, expresión que tiene mucho parecido a la que dos siglos más tarde, al fragor de la intensa lucha por los derechos civiles, expresó Martin Luther King quien dijo, en tono de adolorida queja, que “La historia tendrá que registrar que la mayor tragedia de este período de transición social no fue el clamor estridente de la gente mala, sino el espantoso silencio de la gente buena”.
Y es que ambas explican muy adecuadamente que no sería tan avasallador y exitoso el avance de los pícaros y los malos, si los buenos abandonaran su zona de confort e hicieran algo o, por lo menos, elevaran su voz para no dejar que sean sólo los que conforman los pactos de corruptos quienes avanzan e imponen el estilo de vida que quieren.
Todos los ciudadanos sabemos exactamente lo que significa vivir en medio de una selva de irrespeto a la ley que no es casual. Hasta el automovilista sabe que en Guatemala no hay castigo para la violación de la ley, cuánto más el corrupto que no sólo se roba el dinero público sino le roba oportunidades a la gente más pobre y lo peor está por venir. Porque se intenta institucionalizar la corrupción con la elección de cortes articuladas mañosamente entre postuladores, aspirantes, diputados y los tenebrosos operadores que son los titiriteros de toda la trama, para garantizar que aquí no vuelva a sufrir nadie los sobresaltos que sintieron cuando avanzó la lucha contra esa corrupción.
¿Seguirá la gente buena sin hacer nada? ¿Seguirá envuelta en su silencio ante las barbaridades que presenciamos? Con eso cuenta la fuerza del mal, ese clamor estridente de la gente mala, y su apuesta es al tradicional silencio e inactividad de la gente buena que se debe sacudir la modorra, la sangre de horchata, y mostrar, aunque sea un aire con remolino.