Gustavo Adolfo Marroquín
En tiempos recientes se ha visto en el mundo el surgimiento de un dilema que afecta a aquellos países bajo un régimen democrático y que puede poner en riesgo este sistema: ¿debemos sacrificar la libertad en aras de tener más seguridad? Este es un análisis que se puede hacer desde distintos puntos de vista y en distintos niveles. Personalmente creo que la libertad está por encima del concepto de seguridad, la libertad es uno de los pilares democráticos que más se debe de saber valorar, y sobre todo, salvaguardar. La libertad es el ideal del cual una vez garantizada, se da el clima apropiado para tener seguridad, junto con el resto de los ideales democráticos.
Si trasladamos este análisis a nuestro país, en mi opinión, cualquiera que esté en una posición social privilegiada estaría de acuerdo. ¿Pero qué pasa con la situación social de la gran mayoría de nuestra población? Aquellos que sufren a diario los embates de la violencia, las extorsiones, asesinatos, violencia derivada del narcotráfico y los secuestros están más propensos a ceder su libertad con tal de tener seguridad. Y es aquí donde está el verdadero peligro para la muerte de un sistema democrático.
A la larga, la democracia no es más que un sistema de elección, donde el más popular (más no necesariamente el más capacitado) llegará al poder. Inclusive este sistema puede ser como jugar a la ruleta rusa si donde se llevan a cabo elecciones, la población es indiferente, con altos índices de analfabetismo y pobreza. Solemos creer que las democracias solo caen al ritmo de soldados marchando, de tanques derribando todo a su paso y de líderes anunciándolo de forma clara. Esto todavía se puede dar, pero la gran mayoría de democracias que han muerto en la historia reciente suelen ser de líderes que llegaron al poder de forma democrática.
¿Cómo puede suceder esto? Un líder con fuertes tendencias autoritarias, poco receptivo a la crítica, incitando a la lucha violenta, etc. se hace del poder de forma legal por la vía democrática. Una vez estando en el poder, con pequeñas o grandes modificaciones a la Constitución y desmantelando el sistema de frenos y contrapesos de una república, se convierten (por más que se empeñen en mantener siempre un aire de legalidad en todas sus acciones y se molesten que los llamen por lo que son) en dictadores. Tal es el caso de Venezuela con Hugo Chávez, Alberto Fujimori en Perú e inclusive la Alemania de Adolf Hitler.
El más grande temor que esto me despierta es que un país tan violento como el nuestro, un potencial líder autoritario se aproveche de esto y prometa que una vez en el poder les dará la seguridad que tanto anhelan, que les prometa el cielo si les dan sus votos y una vez instaurado su régimen autoritario nos lleve a todos al infierno. Creo que no hay peor error que dar por sentada nuestra democracia. Para mantener un sistema democrático se requiere una participación civil activa, una población consciente de los peligros que acechan y partidos políticos comprometidos con el sistema republicano y democrático, y no solo en las próximas elecciones. “El precio de la libertad es su eterna vigilancia”.
Al final, tal como muy bien dijo Thomas Jefferson: “Una sociedad que cambia un poco de libertad por un poco de orden los perderá ambos y no merecerá ninguno”. Como guatemaltecos, ¿estamos dispuestos a jugar a la ruleta rusa cada 4 años que se celebren elecciones?