Mario Alberto Carrera
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Por convencimiento reflexivo y por estilo propio, Freud siempre asumió la sencillez en sus escritos. De allí que hasta en el título de sus obras más famosas emplee términos corrientes como “malestar” en vez de otras más rebuscadas y encorsetadas pero menos expresivas.
La palabra “malestar” –que utiliza para dar nombre a uno de sus mejores libros: “El malestar en la cultura” se opone a estar bien o a estar okey, como dicen actualmente los transaccionalistas, en el contexto de sus procedimientos para analizar la mente. Y ello desde luego no es casual.
“El malestar en la cultura” analiza varias instancias de la Civilización pero, quizá fundamentalmente (como su mismo nombre lo evoca) ese “malestar” que el hombre mismo experimenta -casi permanentemente y que se podría traducir por angustia, ansiedad, sentimiento de culpa, amor (o estima” del prójimo) y tantos otros mecanismos que nos evitan la agresión social, son lo mismo.
¿Por qué el hombre permite anegarse de tanto miedo (y si no por qué crea escudos protectores y hasta mágicos?) ¿Es por ello el hombre feliz o infeliz? Freud equipara infelicidad con frustración desde el primer segundo de vida del niño en la Tierra.
Y otra limitación –que también es frustración e infelicidad–:
De acuerdo con Freud, Darwin cree que el hombre no sólo ha tenido que frustrar su mundo agresivo y de crueldad, sino también erótico. Todos estos esfuerzos y prohibiciones para crear un espacio que llamamos Cultura o Civilización. Y por las mismas razones culturales ha frustrado y amordazado sus impulsos compulsivos: los instintos. Pero ese amarre tiene su precio: el frustrado tiene que esconder –pero guardar– su frustración y esconderla del frustrante o sometedor. Se vuelve dulce pero esconde su amargura y resentimiento ante los propios padres, el Ejército, la Policía, las maras. Todo lo que represente autoridad y miedo. En primer lugar debería sentir a sus padres y figuras de autoridad, pero siente odio y hostilidad curiosamente hacia ellos.
Una hostilidad que está prohibidísima y que algunas de sus órdenes aparecen en los 10 Mandamientos y que sobre todo (el 4º obliga a amar a padre y madre) genera un nudo de víboras muy/muy difícil de desentrañas. De allí que sometido a psicoanálisis se sufra tanto. Y ahora un conflicto más: hostilidad proyectada a su objeto amado y odiado. Así que ama pero también odia al Padre por ejemplo. Y cuando se produce este conflicto interno acaba por odiarse a sí mismo (también por odiar al padre propio). A veces ese nudo no se pude desenredar y acaban por morir varios de los actores y entonces la obra se clasifica como tragedia griega.
La mayoría de personas cree que este circuito interminable el escritor lo ve en una obra y la adapta por segmentos en una suerte de fino plagio.
Pero el caso es al revés: el escritor observa la vida, su vida o la de sus parientes más cercanos y los convierte en arte (si es artista, que ese es otro tema) realiza un poco o mucho la teoría de la mímesis y también de la catarsis de Aristóteles.
Yocasta y Edipo duermen juntos en la misma cama y llevan vida conyugal. Por este “pecado” los protagonistas reciben horrendos castigos de los dioses, porque sólo para los dioses se ha hecho el pecado.