Mario Alberto Carrera
marioalbertocarrera@gmail.com

Aprender a creer (ser un adaptado didácticamente) y seguir tenazmente creyendo, es el mecanismo mental mediante el cual el hombre se ajusta a su medio sin cuestionarlo. El hombre debe creer lo que su entorno cree, adorar lo que su medio adora, respetar lo que su grupo imagina sagrado. Respetar lo que sus amigos respetan. Si esto no se cumple ¡a pie juntillas!, se es un desadaptado, recibe el desprecio del rebaño y si insiste en esta terca incredulidad pronto se torna para los “señoritos satisfechos”, en paria y hasta en rufián despreciable del que todos huyen por miedo a contaminarse o por temor a recibir el rechazo y prefiere bajar la cabeza “correctamente”, es decir se cambió por un almidonado bien avenido.

Tener creencias es muy importante en el seno del casino. Te dan carné del club –pero lo que es aún más importante– es no poner en dudas los pensamientos místicos de los otros. El primer mandamiento: “no desafiar las procesiones”: (tamales de cambray, procesiones y las tortugas: tu, cu, ti, cu, tu) es la mejor forma de recibir la aceptación social y encontrar un sitio lisonjero en el hato. Si se anhela un cargo de diputado, o una cátedra hay que ser ortodoxo, nada de réplicas. Si se quiere ser consagrado como genial y talento de las letras nacionales hay que alabar, pero además ha de ser el primero en dar limosna o cheque (si es con Wash) entonces será entronizado como caritativo y apóstol. Se deberá creer y seguir creyendo lo que los padres y abuelos creían y (la pluma del bisabuelo hay que encontrarla). La verdad no puede cambiar: es inmóvil como el Ser, cuyo Credo nos fue introducido con irreverente coacción a la inteligencia infantil que aún no es capaz de discriminar.

El pánico al ostracismo y a la soledad (a quedar aislado sin la tolerancia y aplauso de quienes nos rodean) ¡nos obliga a no dudar y creer! La aberración más deleznable que el humano ha adquirido es el terror (terror muy/muy infantil por cierto) a lo inerme, a la soledad, a quedar abandonado. De allí la urgencia gregaria. El hombre no puede vivir solo: Remodela cuevas, hace casas, luego ciudades, grandes edificios ¡y cuando ya se comprimió como sardina, es feliz!, aunque se queje.

Seremos buenos y virtuosos si el estamento social al que queremos pertenecer ¡nos aprueba! O el elegante espacio social. Es bueno y virtuoso lo que el rebaño –que salpica– cree que es el bien. Pero si rechazamos en lo que ellos creen, seremos sacados y expulsados de la manada y hasta se nos podría llamar orates y meternos en un manicomio. Menos más que las casas de locos han pasado de moda después de Foucault. Pero más de alguno nos mandaría al calabozo si pudiera. De esto podrían dar testimonio en tiempos no demasiado pretéritos: F. Nietzsche, A. Schopenhauer, Paul Ree, Ricardo Wagner que traicionó a Nietzsche por estas cosas de que estoy hablando. Wagner al final agachó la cabeza con el “Percibal”. Pero dentro de este grupo cabrían con todo derecho don Miguel de Unamuno, Galileo Galilei, Juana de Arco, Giordano Bruno, Oscar Wilde.

Hoy ya no se usa la hoguera para exterminarnos sino procedimientos más sutiles que pueden matar de hambre a una familia, no dando trabajo de catedrático a un cierto profesor porque es agnóstico y porque por ahora está en el ataúd del incrédulo.

Lo cierto es que el hombre no maneja su vida ni sus acciones. Leamos La naranja mecánica, 1984 o La Náusea, a Julia Kristeva, Althuser o a mi máximo pensador Ludwig Wittgenstein. ¡Ah, como cambiaría el mundo si Putin o Pedro Sánchez leyeran a estos autores!

Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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