Impresiona ver la torpeza de tantos diputados que no ven en la propuesta de suprimir privilegios la oportunidad de iniciar el rescate de la imagen institucional del Congreso de la República. Aferrados a un almuerzo, que trae consigo teléfono celular pagado, computadora, seguro de vida y para cubrir gastos médicos, “asesores” y un largo etcétera, no vieron la oportunidad que les estaba presentando la propuesta sencilla de conformarse con el ya jugoso sueldo y en vez de eso dieron un triste espectáculo al cerrar filas tras de la berrinchuda actitud de quien dirigió al Congreso en los dos últimos años, Álvaro Arzú, siempre asociado a las desprestigiadas figuras de Alejos y Giordano.
No era ninguna propuesta revolucionaria que los obligara a cambios tan importantes como el de actuar, por fin, en su calidad de verdaderos representantes del pueblo para legislar en función del interés nacional. Era apenas un cambio sencillo que demandaba una pizca de seriedad para entender el sentimiento de la ciudadanía que está harta de que sus impuestos se hayan convertido en una laguna para mantener lagartos de ese calibre. Era la oportunidad de enviar el mensaje de que a partir de este año el Congreso tenía otra clase de gente, compenetrada de su responsabilidad y dispuesta a renunciar a privilegios que se fueron acumulando a lo largo de tantos períodos de podredumbre y desprecio a la población.
El verdadero fondo de lo que en Guatemala significa ser diputado lo expresó Álvaro Arzú Escobar, quien defendió hasta con grosería sus privilegios y de manera displicente, sabiéndose el mejor representante de esa casta de avorazados que son y han sido nuestros políticos, recomendó a la diputada ponente que por no encajar en la rancia tradición que él encarna, mejor renuncie a su cargo y regrese a ser lo que siempre ha sido y por lo visto quiere seguir siendo, es decir una mujer del pueblo.
Que Arzú y los que trabajaron con él los últimos dos años no lo entiendan es comprensible porque no fueron electos para servir al pueblo, sino que se postularon para seguir mamando de la ubre del Estado. Pero que 110 diputados nuevos no hayan visto la oportunidad de marcar una diferencia histórica con sus antecesores es algo que no puede verse sino como inaudito porque no sólo muestra una ceguera ante la oportunidad que les servían en bandeja, sino que confirma que entre ellos hay mayoría que llegó atraída por esa mamadera que ahora los no reelectos quieren concretar con la indemnización que ya están tramitando.