Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

post author

Luis Fernández Molina

El anexo semanal The New York Times de Prensa Libre, incluyó, hace un par de domingos, un artículo muy interesante que comenta los esfuerzos para paliar la escasez del agua en varias regiones del planeta. De entrada, el título de dicho artículo es muy sugestivo y hasta provocador: “Lucran con la sed de la gente”. Sugiere subliminalmente una censura hacia los que se dedican a esa actividad o negocio. Son los malos porque “lucran” con una necesidad ingente de la población.

El reportero se ubica en Katmandú, Nepal, pero esto es un mero marco referencial. Digo que pudo haber sido cualquier ciudad del sudeste asiático, India, China, África, de Sudamérica y, por qué no, de nuestra ciudad de Guatemala. El libreto es virtualmente el mismo. Nos vienen a la vista los camiones viejos que lanzan toneladas de diésel quemado que se mueven en las calles de la ciudad (¡más tráfico!) para vaciar su contenido en cisternas y toneles. Algunos traen agua limpia y otros de procedencia dudosa.

La sobrevivencia de los seres humanos es muy precaria, de hecho, tenemos suerte de mantenernos sobre la faz de la tierra con tantos albures a nuestro alrededor. Y seguimos creciendo a ritmo incontrolable. Y cada individuo necesita del agua. Para beber y otros múltiples usos. El agua disponible se está acabando por muchas razones, entre ellas la grosera contaminación de las fuentes y depósitos, valgan de ejemplo Amatitlán, el Motagua, el Michatoya, etc. Muchos ilusos confían en que nos va a salvar la tecnología, esto es que se van a facilitar los medios de desalinizar la inagotable agua marina. Pero estas posibilidades están en el limbo. Esa apuesta no va a llegar a tiempo (como tampoco los drones para la movilización en ciudades). La bomba de tiempo está cliqueando y no esperará veinte años.

Según reporta el artículo el agua cuesta en promedio diez veces más que el que provee el gobierno (municipalidades) aunque puede aumentar hasta 52 veces como en Mumbai. Muchas autoridades han cedido de hecho el suministro de agua (¿privatización?) porque reconocen su absoluta impotencia y consideran que el servicio privado es más eficiente. Las flotillas de camiones se duplicaron en Karachi, Pakistán; en Lagos, Nigeria, se ha cuadriplicado. En ciudades de India y países de Oriente Medio el crecimiento es aún mayor. En muchos de estos lugares esperan el camión una vez a la semana y llena de promedio dos toneles. Increíble.

En Guatemala nos hemos manejado sin necesidad de una ley a pesar de que el artículo 127 de la Constitución ordena una “ley que regulará la materia.” El artículo siguiente contiene la sibilina expresión que el aprovechamiento del agua “está al servicio de la comunidad y no de persona particular alguna”.

Regresando a las cisternas se abre el debate para determinar si esos empresarios son “buenos” o son “malos”. Eso depende desde qué perspectiva lo mire. Son malos porque “explotan” una necesidad. Son buenos porque ofrecen un servicio.

Con todo, el tema es más apremiante que la mera discusión si es bueno que hagan dinero, que si corresponde al Estado o a la iniciativa privada. Nos estamos quedando sin agua en la capital y la mayoría de poblaciones que carece de sistema de entubado. Los camiones cisterna se están convirtiendo en esenciales, no solo en los barrios periféricos, también en zonas más residenciales, incluyendo edificios (que se planifican con grandes cisternas). Son cada vez más los pozos que absorben y la capa freática que se hunde en los estratos más profundos.

Artículo anteriorPandemias en la humanidad
Artículo siguienteInconsistentes, entre el olvido y el que me importa