Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

[…] La semana anterior planteaba, en este espacio –a manera de breve reflexión de cara a un futuro inexorablemente cada vez más cercano–, que el uso de la tecnología y herramientas de Internet con las que contamos hoy día es un asunto serio y delicado. Usualmente, el uso de la tecnología, en términos generales, va más allá de lo que quizá podemos apreciar a simple vista y en corto plazo, es decir, su trascendencia, las más de las veces, suele ser de alcances mucho más considerables y perdurables en el tiempo y el espacio (hablando en términos sociales a nivel global). Y ponía como ejemplo, en la primera parte de este escrito (https://lahora.gt/acerca-de-las-nuevas-tecnologias-en-el-2020-parte-1-de-2/), el caso de nuevas aplicaciones cuyo objetivo es la realización de identificación facial a través de Inteligencia Artificial y de algoritmos capaces de reconocer, con singular precisión, a cualquier persona cuyo rostro aparezca en la web, sea a través de redes sociales, sea a través de bases de datos, sitios y/o cámaras de video gubernamentales o privadas. Y el cuestionamiento, en tal sentido, se transforma en inevitables incógnitas que surgen con respecto a cómo, quién, y, sobre todo, para qué hace o puede hacer uso de dichas tecnologías en un momento dado. Un caso reciente, ejemplo de que el reconocimiento facial se está saliendo de control con rapidez, según comenta Robb Todd en The New York Times, es el ocurrido tan sólo un mes atrás en China: “se utilizó software de reconocimiento facial […] para identificar y avergonzar públicamente a una residente por conducta no civilizada”, indica. (Véase el artículo “Para avergonzarla por su piyama rosa”, edición del 02/02/2020, por el autor y medio citados). Un episodio en la historia humana que sin duda vuelve a poner sobre la mesa el debate de la seguridad y la privacidad individual y social en el marco del ejercicio del poder (no sólo gubernamental) en los Estados actuales. De este lado del mundo, en la ciudad de San Francisco, en California, la aplicación Clearview ha creado suficiente polémica y controversia en tal sentido: “basta con tener una foto de una persona y subirla a la aplicación para poder ver imágenes públicas suyas junto con enlaces al sitio de origen de dichas fotos. El sistema se compone de una columna vertebral con una base de datos de más de tres mil millones de imágenes que Clearview afirma haber obtenido de Facebook, YouTube, Venmo y millones de otros sitios web”. (“The Secretive Company That Might End Privacy as We Know It”. Kashmir Hill. The New York Times, edición del 18/012020). Toda esa vorágine tecnológica, cuyos alcances son quizá difíciles de entender de momento, hacen recordar, como indicaba la semana anterior, a Orwell, Huxley y sus distópicas predicciones, pero también a autores como Bentham y su controversial Panóptico, que no deja de preocupar… En fin, sea como fuere, lo cierto es que todo eso, ya está aquí, y tenemos que aprender a vivir con ello.

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