Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

Desde hace algunos años –y hasta la fecha– he sentido especial interés por algunas temáticas relacionadas al avance de la tecnología y su aplicación en distintas áreas de la vida humana en sociedad (entre otras temáticas, por supuesto, particularmente desde el punto de vista de las ciencias sociales), especialmente aquellas relacionadas con la inteligencia artificial; redes sociales de Internet; seguridad y privacidad individual con respecto al uso de tales tecnologías; y, eso que asumimos como libertad en tanto las utilizamos hoy día de forma cotidiana y normal, mismas que, sin que lo percibamos quizá, avanzan a pasos acelerados desde hace ya algunos años (puede verse, con relación al tema: “la sociedad de la libertad supuesta” en Suplemento Cultural de La Hora: https://lahora.gt/la-sociedad-de-la-libertad-supuesta-2/). Dicho avance, desde el punto de vista que aquí se expone, no puede detenerse, puesto que es parte natural del desarrollo de la humanidad que siempre buscará ir un paso más allá, tal como la historia va demostrando incuestionablemente a través del transcurrir del tiempo. Tampoco puede prohibirse que dicho avance suceda, sería absurdo (aunque en algunos caos, quizá el uso de ciertas tecnologías sí). En tal sentido, para nadie es un secreto, aunque haya quienes prefieran no verlo así o no hablar al respecto, que tales tecnologías han sido utilizadas y siguen siendo utilizadas actualmente por los gobiernos, por las grandes corporaciones del mundo, y hasta por grupos (y a veces individuos) al margen de la ley a lo largo y ancho del planeta, en función de satisfacer determinados intereses que, eventualmente, podrían no ser precisamente en beneficio de la vida humana, sea esta colectiva, sea individual. Y es, en ese punto justamente, en donde surge una suerte de preocupación en algunos sectores por el uso que de dichas tecnologías pueda hacerse en un momento dado. “Es espeluznante lo que están haciendo (…), a falta de una ley de privacidad muy fuerte, todos estamos arruinados”, dice el profesor Al Gidari de la Universidad de Stanford en California, refiriéndose al tema del reconocimiento facial del que ya puede disponerse, aunque aún se perfecciona, como poderosa herramienta para reunir fotografías en línea de cualquier persona que aparezca en la web (citado en: “App pone en entredicho idea de privacidad”. Artículo de Kashmir Hill en The New York Times, International Weekly, edición del 25/01/2020). Esto es solamente un ejemplo de lo que podríamos enfrentar muy pronto como sociedad (en términos globales) de acuerdo con la tendencia observada, insisto, de forma acelerada durante los más recientes pasados años. No es necesario ser alarmistas o exagerados, es pura cuestión de sentido común, y no es necesario tampoco imaginar escenarios de un futuro distópico a la manera de Orwell o de Huxley, para darnos cuenta de las consecuencias que podría acarrear el uso inadecuado, indebido o mal intencionado de las nuevas tecnologías que, casi con seguridad, sucederá (lo cual, dicho sea de paso, tampoco es algo nuevo) (…).

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