Juan José Narciso Chúa
Me desperté cansado y adolorido por dormir en la banqueta, recuerdo que inmediatamente recurrí a un termo que mi mamá me había puesto con café, para encontrarme con la sorpresa que ya no había nada, molesto, me dije: pero al final pude dormir, eran las 5:45 horas, había frío y estaba oscuro. Luego pensé: ya casi llega la hora de la inscripción, lo logré. Efectivamente a las siete de la mañana se abrieron las inscripciones, cuando estábamos en la cola, cerca de mi mamá y yo, se encontraba otra señora con su hijo, empezaron ellas a platicar cordialmente, mientras su hijo y yo iniciamos una conversación acerca de nuestras perspectivas. Eran Doña Cony de Mejía y Sergio Mejía. Los cuatro no sabíamos que nuestras vidas se iban a entrelazar para siempre.
Así empezó aquella aventura de temprana juventud con mi inscripción en el Instituto Nacional Central para Varones, con todo orgullo debo afirmar que soy centralista, soy puro Sheca y no se me olvidan las fechas de aniversario del glorioso Central, así como también resultan inolvidables el himno de guerra del Central y todas las procaces porras de aquellos años. No se me olvida que estando en primer año, en primero D, escuché un cántico que entonaban en algún aula afuera del gallinero que acompasada decía: Más allá, más allá del congreso nacional/ se encuentra el Instituto Central/ más acá, más acá de los Billares Tikal, se encuentra el instituto Central, estudiantes hay ahí, deportistas hay también, en futbol, básquetbol y en el pool el Central es campeón…, la melodía y la canción quedaron grabadas en mi memoria, pero la emoción de escuchar cantarla con fuerza, con orgullo, con sentimiento, resultó inolvidable.
En estos días de enero, Sergio Mejía ni yo recordamos la fecha exacta, alcanzamos los 50 años de haber ingresado al Central, el tiempo ha pasado, es indiscutible, los años han llegado, las vidas han cambiado, pero el orgullo de pertenecer al Central es indiscutible. Retornar a aquellos años, después de cinco décadas ciertamente causan nostalgia, pero la cantidad de recuerdos, anécdotas y charadas alrededor de ese tiempo permanecen imperdibles en el tiempo. Prueba de ese sentimiento es la cantidad de amigos entrañables con quienes todavía compartimos y recreamos cada uno de aquellos recuerdos en común, así como entre los grupos por afinidad tenemos otras, algunas de ella ya las he compartido en mi columna o en la sección cultural de La Hora.
Ese primer ingreso fue el punto de convergencia para tejer una telaraña inmensa de amigos y con otros se convirtió en hermandad para siempre. Hoy todavía con muchos caminamos por la vida y compartimos encuentros con hijos y ahora nietos, como con Sergio Mejía (él a veces Quijote y yo Sancho y viceversa), mi grupo de viejitos con quienes he compartido inolvidables momentos como el viaje a Europa (René de León, Gustavo Estrada, Nector Magariño, Héctor Rosas y Rolando Morales). Santiago Santacruz es otro hermano del alma de esa época, con quien también hoy disfrutamos de una entrañable hermandad. Las caras alegres y sonrientes del Ganso, Magua y Fredy Peláez, nos mirarán desde el cielo.
El sábado 25 de enero, el grupo de Primero “D”, se reunirá en el Instituto a las diez de la mañana, para luego disfrutar del encanto del Portalito, ahí estarán Ocaña, Monroy, Mancía, los cuaches Penados, así como todos aquellos que puedan llegar que ingresaron a esa sección.
La nobleza, la entereza, la fuerza, el carácter y la sapiencia que el glorioso Instituto Nacional Central para Varones nos prodigó, constituyen los lazos invisibles de esta amalgama de amigos con quienes nos vemos todo el tiempo. Celebrar cincuenta años de cualquier acontecimiento en la vida es valioso, en esta oportunidad confluir tantos amigos que se conocieron en ese tiempo es maravilloso. Cincuenta años para celebrar es un regalo de la vida, ni hablar. Frente altiva y corazón rebelde y a lo más alto por lo más difícil. Salud Shecas por siempre.