Por: Adrián Zapata
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Un mal gobierno merece una oposición férrea y confrontativa. Jimmy Morales es considerado por muchos y diversos actores sociales y políticos como un Presidente nefasto. Sin embargo, no tuvo una oposición que pusiera en aprietos su terrible desempeño.
Un buen gobierno necesita una buena oposición. Es muy pronto para saber si la gestión del doctor Giammattei podrá construirse como tal, pero es desde ya un buen momento para iniciar el proceso de construcción de una buena oposición. Es muy difícil definir esta calidad, pero me atrevería a plantear por lo menos las siguientes características: una definición ideológica y programática muy clara, pero no panfletaria; una visión política donde prive el pensamiento democrático y la flexibilidad suficiente para poder adaptarse tácticamente a las condiciones prevalecientes, sin caer en el oportunismo; y una capacidad de negociación política que le permita construir alianzas amplias donde prevalezca el bien común y el interés nacional.
Está claro, hasta ahora, que el gobierno que recién ha asumido se coloca del lado derecho en el espectro ideológico. Quien diga que eso de izquierda y derecha está trasnochado, en el fondo aboga por la existencia de una gelatina partidaria donde la “democracia” sea tan sólo las reglas del juego para que se turnen en el poder opciones que únicamente aspiran a ser las servidoras del mismo contenido, el que definen los sectores dominantes, nacionales e internacionales. Negar la existencia de ideologías equivale a afirmar que sólo existe una, la hegemónica.
El gobierno actual, pese a su ubicación ideológica conservadora, pro empresarial y alineada internacionalmente con los Estados Unidos, puede marcar profundas diferencias con su antecesor. El tema de la lucha contra la corrupción y la impunidad y el respeto a la independencia del poder judicial, serían conductas que lo definirían positivamente. De igual manera, ubicar la desnutrición como una prioridad nacional también permite que al menos se visibilice la dramática realidad social que sufrimos en Guatemala.
Sin embargo, también es posible que la visión tradicional ultra conservadora y sectaria de algunos sectores empresariales y el abrazo maligno de los poderes oscuros más recalcitrantes termine por asfixiar sus posibilidades de trascender positivamente y termine pervirtiéndolo.
En ambos casos, se hace necesaria la construcción de una oposición como la que se define anteriormente. Si el rumbo que escoge Giammattei es el perverso, una buena oposición permitiría que existiera una fuerza política que tenga la fortaleza para enfrentarlo abiertamente y no permitir un nuevo período de retroceso estratégico para el país. Si el rumbo por el que se conduzca es el positivo, aun dentro de los parámetros conservadores donde se ubicaría, una buena oposición permitiría una capacidad de presión y negociación política para neutralizar sus proyectos contrarios a los intereses populares y, paralelamente, crear correlación de fuerzas que permita abrirle camino a los mismos, además de ir construyendo una fuerza política con amplio sustento social que posibilite profundizar cada vez más la democracia y avanzar, con la gradualidad que obliga la situación nacional y mundial, una agenda programática popular, nacionalista y no servil a los intereses imperiales.