Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

Escuché, hace pocos días, a un analista que estaba siendo entrevistado en un programa de radio local (¿o fue en televisión?, no lo recuerdo con exactitud). Lo que sí recuerdo bien es el tema abordado en la entrevista: el panorama con respecto al nuevo gobierno y las expectativas que del mismo se tenían (se tienen). En términos generales, ese era el tema, pero no asevero que así lo hayan titulado, por supuesto. Me sorprendió mucho que dicho analista dijera -lo parafraseo– que el guatemalteco debía bajarles a las expectativas que tenía para evitar decepcionarse si éste (el gobierno) no cumplía sus ofrecimientos. Nada más alejado de la realidad. Eso es como pedirle a alguien que trabaje duro, que se esfuerce y que dé el cien por ciento en lo que hace, pero que no espere que a fin de mes le paguen su salario completo; o decirle a un estudiante que se esfuerce en sus clases, que sea responsable y que estudie a conciencia, pero que no espere sacar buena nota y que no espere graduarse al final. Todo ser humano tiene el derecho de esperar y desear lo mejor para su vida y su futuro, por supuesto; y todo ciudadano tiene el derecho de crearse altas expectativas con respecto al porvenir y de exigir, en este caso, que el gobierno trabaje y se esfuerce en función de alcanzar los objetivos sociales que se propusieron y se ofrecieron en campaña (como mínimo) sin que ello implique, claro está, dejar de tener los pies sobre la tierra, eso es otra cosa. Si a un gobierno le va bien (en el mejor sentido de la expresión, obviamente) es de suponer y esperar que al conjunto social que integra el Estado también le vaya bien. Sugerir que se les baje a las expectativas es conformarse con lo mismo y aceptar, de alguna manera, que las cosas no pueden mejorar, sobre todo cuando el cansancio y el hartazgo se ha ido acumulando como producto de necesidades insatisfechas, de expectativas inalcanzadas por la incapacidad, por la ignorancia o por la falta de voluntad de quienes, teniendo la obligación, han desaprovechado oportunidades valiosas de hacer bien las cosas y dejar una buena huella en la historia. La inercia no debe ser considerada una opción en el ejercicio del poder gubernamental de ninguna manera. Y, por lo tanto, no se debe esperar que, como así han sido las cosas, así es como deberán seguir siendo siempre. Si queremos mejorar, si queremos construirnos un horizonte más promisorio, por supuesto que debemos tener altas expectativas, pero conscientes de que eso es sólo una parte del juego, la otra parte la pone cada quien, con su esfuerzo, con su dedicación y con su trabajo concienzudo en el marco del ejercicio de la democracia. Esa necesidad de estar mejor es obvia. Pero las cosas hay que hacerlas bien, sin conformismos (en el buen sentido de la expresión) y no sólo hacerlas por hacerlas, porque de eso…, de eso ya hemos tenido bastante.

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