Mario Alberto Carrera
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Cuánto hace ya ¿varios? ¿o muchos años? -depende de la edad de mi lector- se planteó la posibilidad de reconciliación entre los contendientes de la guerra civil (“Enfrentamiento Armado Interno”). Yo oteé, vislumbre, y observé con mucho escepticismo aquel plan de reconciliar a las izquierdas campesinas -llenas de justo resentimiento- y de todos aquellos que en la derecha padecen del síndrome del “señorito satisfecho” (con escudo de armas y siete nombres en ringlera interminable) que se creen los dueños de Guatemala (y lo son). En cambio, del indígena posee la alta burguesía ciertas palabras para definirlo que me dan vergüenza ajena. Además, los términos se usan -también y como paradoja- entre los ladinos acomodados -de jeans con agujeros enormes en sus pantalones, como queriendo imitar a la miseria que jamás experimentarán- y su desprecio por ellos mismos
De pronto, también hace años, saltó por allí el Comité de Reconciliación Nacional. Aquellos señores estuvieron convencidos siempre (aunque no lo propiciaran) de que para armonizar izquierdas con derechas tendrían que realizar reformas realmente estructurales que no permitían un parto festivo, especialmente de la Constitución, que no posee (la actual y vigente) en su esencia, el espíritu de recuperar al indígena mediante la teoría de la interculturalidad o, como debería ocurrir, que sea el mismo indígena quien tome las posiciones clave en el Gobierno -cual en Bolivia-.
Y se haga justicia por sí mismo.
Hoy, tras tantos gastos, reuniones y firmas (por aquí y por allá) de los cómicos Acuerdos de Paz -que no hubo forma de que cuajaran- ni menos el “Convenio 169” -que nadie respeta- hemos vuelto a los años 80 o sea la jungla.
De ningún modo hubo manera de ponerlos en práctica porque tanto los “Acuerdos” como el “Convenio” fueron una farsa para firmar una paz firme, duradera y falsa. Y una traición para el indígena. Ninguno de los que estuvo presente en papel de “personaje” tampoco creyó ni cree en esos importantes documentos inviables, porque el guatemalteco es tacaño, sórdido y mezquino.
Los indígenas no creyeron en los “Acuerdos” por escepticismo (de tanto llevar reata y ser despojado) y, además, por las bufonadas, chacota y chunga del señorito satisfecho.
Para la alta burguesía el indígena es poco menos que un irracional. El obrero pobre (indígena o ladino) son (para la élite) cercanos a las reses o a los perros y confiados en ello ¡y en 500 años de espantosa historia! no se han dado cuenta ¡ni se darán nunca! de que ya estamos en un mundo globalizado, donde los derechos humanos se respetan.
Así las cosas y después de tantos años (toda mi juventud bajo la guerra) hoy tenemos nuevo Presidente, el doctor Giannetti, que lo observamos tal vez como un clon del cómico que se acaba de ir ¡gracias a Satanás! O quizá me equivoque y salga todo lo contrario, idea que me parecer muy fantasiosa por la clase de amigos que en todos los estamentos del Pacto de Corruptos le brotan al señor Giannetti y de cuyos currículos -de primera comunión- han dado cuenta todos los diarios de la semana en que tomó posesión.
Lo más grave -para su imagen del presente- es que el tema del señor Bilman no se ha resuelto y la sentencia final de Superasen le es totalmente negativa. ¡Y pensando en este caso estremecedor (pavorreal) la mayoría de votantes lo hicieron por Giannetti! Y en la competencia electoral se vieron cosas surrealistas como la conversión en magos de los grandes y honorables magistrados, porque no participara Thelma Aldana.
Bueno, la realidad es que Giammattei es, nos guste o no, Presidente de la República. Alá lo ilumine para que honre el cargo.