Por: Adrián Zapata
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Ya estamos en pleno 2020 y el presidente Jimmy Morales está próximo a partir de la Casa Presidencial. Se va sintiéndose un triunfador, aunque usted no lo crea.
Son múltiples los artículos de opinión que lo califican como el peor Presidente de la llamada “era democrática”.
Las encuestas lo sitúan con bajísimos niveles de aceptación, el rechazo es generalizado.
Sin embargo, pese a todo lo que se pueda decir, Jimmy es, a su manera, un triunfador.
Él se sentirá realizado con lo que logró. Redujo el horizonte político de su pensamiento al propósito de sacar a la CICIG y al Comisionado Velásquez del país. Y en la búsqueda de esta “aspiración” fue capaz de hacer lo que fuera, desde acciones muy serias con efectos gravísimos para el presente y futuro del país, hasta conductas públicas ridículas.
Reconoció a Jerusalén como capital de Israel, lamió sin pudor alguno las botas de Trump ofreciendo el territorio nacional como país “seguro”, se enfrentó como una especie de caricatura de quijote a molinos de viento que denominó interferencia extranjera, tuvo el atrevimiento de hacer el ridículo internacional en el pódium de Naciones Unidas. A nivel interno, el hambre, la pobreza y la exclusión pasaron inadvertidas en su gestión. Pudo construir la convergencia de amplios sectores conservadores, desde los empresarios hasta los mafiosos. También avergonzó al ejército, por lo menos a la oficialidad seria, al declararle su amor rastrero.
Su conducta mediática dio vergüenza nacional. Marchó, lloró, oró, gritó, en fin continuó como lo que era antes de ser Presidente, un cómico de pacotilla.
Sin embargo, logró que no hubiera indignación popular expresada en las calles. La idealizada “plaza” no se manifestó. El gobierno de los Estados Unidos lo apoyó, dándole la espalda a sus ahijados anteriores, en tiempos de los demócratas, me refiero a los “progres” chapines, temporalmente adoptados por el Embajador de entonces.
Los ciudadanos obtuvieron lo que querían, un no político para hacer política. Total, el neoliberalismo nos enseñó que todo lo público “apesta”, que lo esplendoroso es el reino de lo privado, del mercado, de la no política.
Así que, y aunque les duela a quienes hablaron de esa revolución de colores del 2015, tuvimos como Presidente al hijo de la plaza, hijo no deseado, pero hijo al fin.
Jimmy, en medio de esa mediocridad que produce la nefasta combinación de ignorancia y soberbia, se irá feliz. Está por verse si su próximo destino será el Parlacen, los tribunales nacionales o, inclusive, su posible extradición a los Estados Unidos para que vaya a contar cómo se cocina la gallina en crema con loroco.
Los ciudadanos seguramente se sentirán traicionados porque ni corrupto, ni ladrón, fue la canción de cuna con la cual Jimmy los durmió, disfrazado con la camisola de la “selección nacional”.