Juan Jacobo Muñoz
Como siempre, con la llegada de un nuevo ciclo, hay una serie de reconsideraciones presuntamente sanadoras, que darán al que las tenga, la sensación de que empieza una especie de “nueva vida”. Habrá que preguntarle al que las haga, cuantas veces antes las hizo, y cuanto ha cumplido con ellas.
Tal vez el fracaso habitual, estribe en que la tendencia es apreciar cosas, formas y apariencias; todas muy veleidosas y pasajeras. Aunque no tengo por qué dudar, que la intención siempre tuvo algo de sincero, aunque hubiera sido con poca conciencia.
Dijo Marguerite Yourcenar: “Hay tres líneas en la biografía de todo ser humano, y nunca son una horizontal y dos perpendiculares. Son tres líneas sinuosas, perdidas al infinito, constantemente próximas y divergentes: lo que un hombre ha creído ser, lo que ha querido ser y lo que fue”.
De pronto, y el único sentido de la vida sea la conciencia, aunque no estoy seguro de que esté siendo tan consciente cuando digo esto.
Seamos sinceros. Todas las personas, de alguna forma, nos creemos la gran cosa. Algunas todo el tiempo, las más locas. Otras a veces, en determinados momentos o frente a alguna persona en particular. Algo más bien propio de épocas tempranas del desarrollo.
Pero la juventud no dura lo mismo que la vida. He aquí un tema de administración que vale la pena detenerse a pensar. Si de verdad se quiere ser inmortal, que la vida sea memorable, y un poco más que solo una fuente de entusiasmo.
Se entiende el dato, es algo necesario sentirse alguien. Para compensar esa necesidad, puede funcionar dejar de estar escindido y unificarse. Que no importe lo que pasa afuera sino lo que pasa dentro de cada quien. Que el exterior no sea una pantalla de proyección donde se refracten nuestros más graves temores disfrazados de ilusiones y nuestras más terribles perversiones con aires justicieros.
No es justo para nosotros mismos seguir diciendo que lo material no importa, al tiempo que nos hacemos de cosas con fruición. O seguir cometiendo atrocidades en el nombre de Dios. Suficientes contradicciones y contrastes hay en la vida, para entenderse con ella.
Hay cosas que se ven bien y no valen nada, y otras que viéndose pequeñas, son enormes. Cada historia tiene una explicación propia, no vale la pena comparar, aunque estemos en una sociedad que invite a hacerlo, a vencer, y si es posible a humillar al vencido. Con quien hay que luchar es con un mundo que intenta hacer de nosotros algo distinto de lo que naturalmente somos.
No importa cuánto se madure. Los instintos siguen ahí. Es mejor no olvidarlo y tenerlos siempre a la vista, para que en el momento menos pensado no tomen el control de nuestras vidas, asaltándonos por la espalda. Mucho es el esfuerzo por demostrar los logros que vamos alcanzando, pero es ese mismo orgulloso interés el que revela que el éxito no es tal; que solo es una mascarada donde se convive con otros en una comparsa.
El asunto tiene solución. Basta con ver un poco más allá de nuestra propia nariz; quiero decir más allá de nosotros y también de lo fácilmente evidente. Digamos que tenerse un poco más de fe, y confiar en lo invisible con la conciencia de que todo lo que se emprende es en realidad, un sencillo acto de fe. Tal vez no en balde, felicidad se escriba con fe.
Para ser menos retórico. Dejemos de correr en círculos, persiguiéndonos la cola.
Ojalá sea un buen año.