René Arturo Villegas Lara

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René Arturo Villegas Lara

El jueves 2 de enero, del nuevo año, escuché la triste noticia del fallecimiento de mi entrañable amigo, Ricardo Rosales Román. Cuando me presenté a la funeraria, aún no habían llegado los amigos y correligionarios de Ricardo. Sólo estaba su esposa, su amadísima Ana María, por quien él suspiraba mientras desde la ventana del hotel nos extasiábamos viendo el pico nevado del Monte Ararat. Recuerdo que con otros compañeros de la Facultad asistimos a la boda de Ricardo en la casa de sus padres. Saludar a Ana María y compartir el dolor por la partida de Ricardo, era como saludar a mi viejo amigo y compañero de estudios en la Facultad de Derecho, con quien no tuve la oportunidad de charlar de nuevo sobre nuestras inquietudes literarias, desde que tuve la oportunidad de verlo de nuevo en el Palacio Nacional, cuando se firmaron los Acuerdos de Paz. Recuerdo con nitidez a cada uno de lo que, a su turno, pasaban a firmar. Ricardo se distinguió en su momento por la serenidad que le acompañó todo el tiempo en que yo tuve la oportunidad de compartir su amistad. Firmó sin inmutarse y con la convicción que, por lo menos de la parte que él representaba, había buena fe y rectas intenciones. Él venía del Instituto Nacional Central; era sheca, al igual que Otto René Castillo y el Güifa Herrera. Yo conocí a Ricardo en 1957 en unas jornadas de oratoria que organizó la Asociación de Estudiantes El Derecho, pues integraba la Junta Directiva de ese entonces. Ricardo se distinguía entre todos por su fina educación, su erudición y su facilidad para expresar sus posiciones políticas cuando nos hablaba a los estudiantes. Con Ricardo colaboré en dos eventos literarios en homenaje al poeta peruano César Vallejo y otro dedicado a Federico García Lorca. Recuerdo que en el homenaje a Vallejo participamos Ricardo, Manuel José Arce, Arqueles Morales, Rosa María Hurtarte y yo. Eran épocas de mucha labor cultural de las que no se pueden olvidar los periódicos Lanzas y Letras que editaban Piki Díaz, Tono Móvil y Ariel, y en Humanidades el periódico Presencia lo editaban Leonor Paz y Paz y Oscar Arturo Pelencia. Ricardo fue un gran líder estudiantil y llegó a ser Presidente de la Asociación de Estudiantes Universitarios, además de ser nuestro delegado ante el Consejo Superior Universitario, durante el segundo rectorado del doctor Carlos Martínez Durán.

A la altura del quinto año de la carrera Ricardo partió a desempeñarse en la Unión Internacional de Estudiantela UIE; y ya no lo volví a ver durante cerca de 30 años en lo que se dedicó a luchar por sus ideales, a los que le fue leal hasta su muerte. Cualquier hecho negativo pasa a ser mínimo frente a su amor a Guatemala por la que luchó a su manera, en busca de un mejor porvenir para toda la sociedad. No era sectario y sabía ser conciliador cuando las circunstancias así lo demandaban. Durante varios años, terminada la guerra interna, se desempeñó como diputado y mantuvo una columna en el Diario La Hora. Yo siempre lo llamaba para Navidad, pero, quizá hace unos meses, su columna se silenció y me imaginé que los años principiaban a pasarnos la cuenta.

Ahora, frente a su cadáver, parece estar dormido. Son miles de recuerdos que se me cruzan al ver su serenidad inerte. Cuántas veces hablamos, nos reímos, nos angustiamos y nos dimos la mano por los cursos que aprobábamos en el escenario de ese antañón edificio de la Facultad de Derecho de la novena avenida.

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