Mario Alberto Carrera
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Todos creemos llevar razón –y estamos seguros de que nuestros ¿juicios?, y argumentos sin cimeros– especialmente cuando la conversación –en “sociedad”– no versa sobre matemáticas, física o química. Fuera de los territorios de estas disciplinas, y acaso algunas más, cualquier bachiller Munguía se atreve a sentar cátedra, a pontificar y a hacer valer sus “ideas” como las mejores y con hondura concebidas. Esto ya lo sabía muy bien Sócrates y por ello murió entre el suicidio y el asesinato.
Ortega y Gasset (con sus libros “La rebelión de las masas” o “El tema de nuestro tiempo”) encamina esa teoría a ultranza: la de la estulticia “Del burgués gentilhombre”. Ya lo había precedido en el desarrollo del mismo razonamiento Mariano José de Larra y Erasmo de Rotterdam. Para Erasmo no hay perdón: el mundo entero es el reino de la estulticia. Es la narración de que cualquier hijo de vecino se permite dar “juicios” contundentes y contumaces aun cuando la biblioteca de su casa esté integrada por cinco best-sellers o, por el contrario, por dos o tres mil ejemplares pero de los cuales no ha podido entender absolutamente nada, como los niños y jóvenes de Guatemala. Hay quienes heredan o compran los libros por metro para decorar.
Una cosa es saber leer y otra comprender lo que se lee. Se leen signos pero que se deben nutrir de conceptos o significados. Por eso no es lo mismo devorarse “Blanca Nieves” que “Poeta en New York”. Ahí es donde entra Erasmo: La estulticia consiste en que por el hecho de no haber podido entender el “Ulises” de Joyce, quien no pudo aprehenderlo opina ¡dando voces! que es una pésima novela, en vez de reconocer que su capacidad intelectual no es la precisa y necesaria para entenderlo. Y por las mismas “razones” condenan a Picasso, Miró o Malèvich porque no pintan bodegones realistas…
La masa es así (de alta o baja sociedad). Defiende su estulticia. No reconoce sus situaciones límite, porque para entender “Rayuela” hay que tener mucho de Cortázar y ello no es nada común ¡en absoluto! En Guatemala este fenómeno y experiencia se multiplica vertiginosamente. Es un país donde la masa hace lo indecible por no realizar un esfuerzo intelectual. En los últimos tiempos este fenómeno se convierte en más de bulto acompañado por los teléfonos “inteligentes” (con su infinita cadena de distractores) la tableta, la televisión que ofrece posibilidades innumerables de programas y canales asimismo innumerables. Cuando se va al teatro ha de ser de bulevar y cuando se compra un cuadro debe ser más decorativo que artístico y que vaya con el colorido de los muebles de sala. La masificación del guatemalteco es cada día más exponencial. Lee cada día menos (el que sabe leer, que es poquísimo) y se decantan –como he dicho por todos los aparatos “inteligentes” que el mercado pone a su disposición y que son obsolescentes.
Pero entonces que no discutan, que no den lamentables “juicios de valor” en torno al valor de los valores… Que no quieran hacer prevalecer unos criterios (si se pueden llamar tales) que se los sacan de la manga del chaleco, pero no de inveteradas y bien digeridas lecturas.
Estoy harto de esta gentuza (rica o pobre) y de esta masa (que se rebela y no sabe para qué casi siempre), que se da tonos de Pericles y no sabe ni la “O” por lo redondo. Reconocer la propia ignorancia es difícil –ya lo sé– pero es el único camino hacia el saber, hacia la Filosofía. Viene siendo como el alcoholismo: mientras el adicto no reconozca que lo es, no ha dado ni el más pequeño paso hacia la abstinencia.
Guatemala escindida en dos: una que no sabe y otra que cree saberlo todo, en especial los políticos de partido en venta o alquiler.