Cada cuatro años, como ahora, recibimos el Año Nuevo a pocos días de iniciar también otro período presidencial y se mezclan entonces los anhelos naturales que los individuos y las sociedades alimentamos al principio de cada año con los que se derivan del asomo de esperanza que siempre hay cuando viene un cambio de gobierno, no digamos en circunstancias tan especiales como la presente porque estamos viviendo las horas finales de una de las peores administraciones que ha tenido el país en toda su larga y muchas veces dolorosa historia.
Ideal sería que la gran esperanza de un pueblo fuera que hubiera continuidad a todo lo bueno que se haya hecho, pero en nuestro caso resulta que el gran miedo es, precisamente, que todo siga igual y que se mantengan las condiciones en las que el país ha vivido durante los últimos tiempos.
Con la llegada de una nueva década es natural que entre la población exista esperanza de que el país pueda enderezar el rumbo y emprender una senda de transformación que nos permita enfrentar los más graves problemas que sufrimos como sociedad y que son los que hacen que millones de guatemaltecos, literalmente, traten de encontrar su futuro en el extranjero, aunque ello signifique tomar el riesgo de emprender un viaje para ingresar ilegalmente a una economía en donde el trabajo se traduce en ingresos que pueden luego ser enviados como remesas para atender las necesidades de las familias.
La desnutrición es y seguirá siendo el reto más grande que se enfrenta como país y como sociedad porque estamos dejando atrás a la mitad de nuestros niños, quienes quedan condenados por esa falta de ingesta de alimentos durante los cruciales primeros años de vida, cuando se cimenta el desarrollo físico e intelectual de las personas. La pobreza en sí es un drama que tendremos que enfrentar, pero cuando la misma significa esa condena de por vida para la mitad de nuestros niños, deja de ser un drama para convertirse en un grave pecado social.
La lista de nuestros pendientes es demasiado larga, pero al menos con que se diseñe una política que permita disminuir sensiblemente las cifras de la desnutrición crónica, no digamos de la desnutrición aguda, se estaría dando un paso significativo para el futuro porque ese futuro está condicionado, lamentablemente, por los efectos devastadores que tiene el subdesarrollo físico e intelectual al que estamos condenando a más de la mitad de los niños que hoy habitan nuestra sufrida y adolorida patria.