Mariela Castañón
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El 3 de enero de 2011, líderes del Barrio 18 ordenaron detonar una bomba incendiaria en un bus de las Rutas Quetzal, que mató a nueve personas: tres niños y seis adultos. Este evento marcó uno de tantos episodios dolorosos en Guatemala y en las familias de las personas muertas.
Deseo que este espacio sirva para honrar la memoria de quienes perdieron la vida en ese bus y que las autoridades de gobierno: Ministerio de Gobernación, Policía Nacional Civil, Sistema Penitenciario, Ministerio Público, empresarios del transporte, gremiales, Congreso, Ministerio de Comunicaciones y ciudadanos, nos involucremos para que estas tragedias dejen de repetirse.
La tarde del 3 de enero, una mujer abordó el bus de las Rutas Quetzal en la zona 7 capitalina, abandonó una mochila en uno de los asientos y escapó. Minutos después ocurrió una fuerte explosión. La bomba incendiaria fue detonada con un celular desde una de las cárceles guatemaltecas por pandilleros del Barrio 18, que días antes planificaron este ataque, como represalia porque los empresarios no cedían a pagar una extorsión. El autor intelectual de este crimen, según las investigaciones del Ministerio Público y de la PNC, fue Gustavo Adolfo Pirir, alias El Hammer, exsargento del Ejército, quien años más tarde fue condenado a 514 años de prisión.
Esa explosión cobró la vida de Alicia Zacarías Pérez y de sus hijos, los niños: Nury, Daniel y Jorge, de apellidos Cac Zacarías. Así como de otras personas adultas, entre ellas Lázaro Donis, Gladys Ordóñez Corado, Dora Aracely Franco, Rigoberto Emilio García y Ambrosio Vásquez Xiquín.
Esa tarde yo estaba en el Hospital Roosevelt realizando entrevistas para un reportaje. Hablaba con un agente de la PNC en la puerta de ese centro asistencial, cuando salió una trabajadora de ese lugar y se despidió del policía. Minutos después recibí una llamada de los Bomberos Voluntarios para informar sobre el bus en llamas; entre los fallecidos estaba la trabajadora que recién se había despedido.
Del Hospital Roosevelt a la zona 7 llegué y encontré una de las escenas más horrorosas, que probablemente no podré olvidar: los cuerpos carbonizados y disminuidos a cenizas, el olor a carne quemada, la frustración de los bomberos que intentaron abrir las puertas y ventanas de la unidad de transporte y un profundo dolor que no tengo palabras para describir.
Yo no era familiar de ninguna de las personas muertas, pero la tragedia fue tan impactante como dolorosa para mí y otros testigos.
La recuperación de las familias de los fallecidos no ha sido fácil, como el caso de don Jorge Cac, el taxista que perdió a su esposa Alicia y sus hijos, Nury, Daniel y Jorge. Así como para Patricio Plata, el esposo de Gladys Ordóñez.
El señor Patricio es agente de la PNC y tuvo que hacerse cargo, solo de sus cinco hijitos, que eran menores de edad en esa fecha.
Deseo que este texto sirva para honrar la memoria de quienes abordaron ese bus y no regresaron a sus hogares. Que el corazón de los deudos se fortalezca y se llene de paz. Que nunca olvidemos a nuestros conciudadanos que han muerto por la negligencia, corrupción y falta de prevención del Estado guatemalteco.