Por Jorge Santos
En 1996 se firmó el Acuerdo de Paz Firme y Duradera, el cual ponía punto y final al Conflicto Armado Interno de 36 años de duración; a lo largo de los cuales la sociedad guatemalteca tuvimos que sufrir, pero también resistir, a una dictadura militar que sólo fue modificando su rostro, no así su carácter asesino. Militares en su mayoría, pero también civiles se cedían el poder a través de Golpes de Estado o elecciones fraudulentas, la estafeta del terror, la protección a los ricos y la pobreza y muerte para el resto.
En teoría la mayoría de la población esperó una vez firmada la paz ir eliminando las causas que originaron el conflicto y así empezar a construir una nación y sociedad con justicia social, incluyente, equitativa y con democracia real y funcional. Desde Álvaro Arzú, el presidente que firmó los Acuerdos de Paz, hasta Otto Pérez Molina, también signatario, concurrieron cinco presidentes, que unos con más ahínco que otros se disputaron ser los peores verdugos de su pueblo.
El primero de ellos que con su plan privatizador adelgazó al Estado a más no poder y engordó sus bolsillos, los de su familia y de allegados. El otro que detrás de su proyecto «antioligárquico» escondió el saqueo de las arcas públicas y restauró el poder de los contrainsurgentes genocidas. Posteriormente llegó el gobierno empresarial que estigmatizó y ejecutó extrajudicialmente a jóvenes, empobrecidos en su mayoría. Luego fue turno de quien detrás de la solidaridad otorgó parte del territorio nacional para la construcción de la franja transversal del norte y desalojó violentamente a población Q’eqchi’ para imponer palma africana. Por último y antes de dar paso al peor presidente de la historia reciente del país llegó quien dirigió al igual como lo hizo con los actos genocidas en el área Ixil a una estructura criminal que saqueó al Estado y empobreció aún más a la población. Esta estructura criminal quedó en evidencia tras el importante trabajo de la CICIG.
Jimmy Morales es la crema y nata de todo lo malo de sus antecesores. En su quehacer y su ser solo hay maldad, una actitud patológicamente delincuencial, mentirosa y ruin. Fue de todo menos honrado, honesto y digno. En su gobierno no se puede hacer un balance de luces y sombras porque sembró oscuridad en todo lo que hizo. Todo su entorno, familiar y político, está implicado en corrupción unos y otros en graves violaciones a derechos humanos. Su gobierno estuvo marcado por el deterioro de la institucionalidad, así como de la infraestructura vial. Corrupción, impunidad, apoyo a delincuentes condenados, expulsión de la CICIG, ejecución de 41 niñas del Hogar Seguro Virgen de la Asunción, firma y entrega del país a EE. UU., así como la permisividad a que llamen criminales a los ciudadanos que juró proteger son su digno sello personal. En resumen, estamos a tan solo 18 días de que entregue el poder el peor presidente de Guatemala.