Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

post author

Mario Alberto Carrera
marioalbertocarrera@gmail.com

La ira es acaso la pasión más innoble y vil del hombre y la que más lo acerca a sus orígenes filogenéticos: a la fiera que no encuentra otro recurso para debatir la colisión, que no sea más que la garra, los colmillos y los músculos portentosos de la bestia. La guerra es el punto donde se terminan las posibilidades del diálogo y del verbo, para dar pábulo y comenzar -en regresión- al sitio donde principia la iracundia bestial.

Creo en la paz y no en la guerra (como Tolstoi en su novela) bajo las circunstancias que sean. Nada atenúa ni disculpa la ira instintiva. Nada la vuelve comprensible o gobernable decía Gandhi. Creo en la ecuanimidad y la equidad ¡y no en la belicosidad!, si es que aún somos hombres después de ¿convertirnos en sapiens?

En alguna otra columna de un viejo pasado opiné que el mundo no está comandado por la racionalidad (sino por su contraria) que este es un sueño que nos hemos venido contando uno a otros como el famoso -y un poco cursi- “Cuento de Navidad” de Charles Dickens donde un viejo y anciano señor no quiere estar en la batahola navideña porque prefiere la paz que pronto será su cotidiana compañera. Y aunque usted no lo crea, núbil lectora, que la Navidad es un ensueño colectivo (Freud) en el que todos queremos sentir buenos y tiernos al menos una vez al año.

Y de allí que las guerras se presenten y sucedan en fantasmal desfile. Toda la zona de Irak, Siria e Irán es un fogarón que se ha colado del mismo averno. Los países latinoamericanos son un polvorín: Chile, Ecuador, Bolivia, Colombia, Venezuela y, dentro de estos y otros países, una especie de guerras civiles se desarrollan con un odio y resentimiento que podría llenar el Atlántico con su amargura.

¿En dónde está el hombre -aquel hombre suave y tierno que con su mujer vivieron en el Edén? Le advierto querido lector que soy agnóstico. A qué hora se coló el diablo en el Paraíso para echar a la humanidad en un hoyo de… como dice el refinado presidente Trump.

Pues aquellos iniciáticos humanos de lo primero que dieron testimonio fue de celos y violencia: ¡no me quieren a mí (ni mis padres ni Yavé) mataré a Abel. y Luego todo ese cuentecillo de la serpiente que por ser fémina va cargando por los siglos de los siglos los pecados de la seducción, de la lascivia, de su inclinación a la impudicia. El génesis comienza con libidinosos apetitos y con crímenes del más alto grado: fraticidio.

¿Y yo me escandalizo de y por tantas guerras internas y externas con el pedigrí que ostentamos? Lo raro es que los dioses aún no hayan tomado la decisión de exterminarnos o de hacer ensayo y fracaso -como en el Popol Vuh- que al fin aciertan al hacerlo de maíz. Occidente está perdido porque lo hicieron de barro.

Pero hay que tener equidad. En todas partes se cuecen habas (y frijoles) y por lo mismo la tierra y el maíz brotan y viven juntos.

Las bestias del trópico, eso somos.

Lo único que me cuesta admitir del hombre es su capacidad Estética. Eso es lo único que los dioses insertaron en la piel humana con carácter indeleble. Por más que ha tratado de botar esta areté no la ha perdido. Sigue soñando en Bayreuth y “El holandés errante”; y sigue bogando “La nave de los locos”; y contemplaremos las pirámides de Tikal en silencio blasfemo porque el genio ruso desgraciadamente no conoció al padre Landa.

Artículo anteriorEl impacto de la Inseguridad Vial
Artículo siguienteFin de truenos y relámpagos