Arlena Cifuentes
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La expresión “los miserables” utilizada en el presente artículo no se refiere únicamente a quienes viven en condiciones de extrema pobreza, a los marginados y rechazados por el Estado y la sociedad. Por un lado, efectivamente, tiene que ver con las condiciones infrahumanas en las que viven las mayorías careciendo de lo indispensable para su sobrevivencia física como lo son el alimento y el cobijo, aquellos que no tienen nada. Pero, por otro lado, está lo que llamo la miseria del alma -ambas aplastantes, indescriptibles, injustificables- miseria que también sobreabunda, y que se explica a partir de quienes tienen todo lo material pero aun así están vacíos por dentro, siendo incapaces de valorar lo que tienen por diferentes razones. Probablemente porque fueron cercenados durante su niñez como consecuencia del maltrato físico y verbal, el abuso sexual y otros e inconscientemente optaron por no sentir, nada ni nadie importa, castraron sus sentimientos. Hay quienes crecieron en familias “integradas” pero su sentido de la vista, del oído, del tacto no afloran por razones similares. El abandono físico y emocional producto de todo lo anterior produce deformidad en el ser humano. De hecho, la indiferencia es una característica del guatemalteco. El día que la superemos tendremos un país distinto, espero no sea demasiado tarde.
La miseria se hace más evidente en esta época: la material y la del alma, son distintos mundos y submundos ¿qué hicieron los miserables para no tener una mejor vida? Y, es en esta época, más que en el resto del año que no puedo evitar el abrir mis ojos más de lo usual, a pesar de que soy miope, el resto de mis sentidos son más sensibles, están más a flor de piel. Palpar la necesidad de los que intentan sobrevivir, esa necesidad con la que nos encontramos en cada esquina, en cada calle, que se deja sentir, que deviene de la pobreza material y la del alma, de la carencia de lo mínimo, de la desesperación que obliga a echar mano de todo, a las ventas callejeras, al niño que vende krispines, a la niña de tan solo 2 años de edad que cuando el semáforo cambia intenta jugar una pelota; seguimos de largo y los miramos por debajo del hombro. Es más, subimos las ventanillas de nuestros automóviles para que no nos molesten. Somos parte de una sociedad dormida, aletargada; con un alma mutilada. Cómo esperar entonces que aquellos sentimientos que debiesen emerger en todo ser humano tales como la bondad, el amor, la alegría puedan manifestarse si usted y yo somos incapaces de sentirlos, contribuyendo con nuestro rechazo a aumentar en ellos el rencor y resentimiento.
Lo anterior, para quienes me honran con leer estas notas podría constituirse en un sin sentido, lo cual no me sorprende. Significa que usted tuvo la bendición de nacer y crecer en circunstancias privilegiadas, es una excepción dentro de los millones que conforman hoy o quienes alguna vez conformamos la masa de los miserables. Tanto; el amor y la esperanza, como el odio, el egoísmo, el resentimiento son producto de lo que recibimos durante nuestros primeros años de vida. La Navidad para los miserables no es época de alegría; como tampoco lo es para muchos que llevan grandes vacíos en el alma y que los regalos no pueden llenar. Por ello no pase de largo, veamos el rostro de Jesús en quienes salen a nuestro encuentro.
El título del presente artículo pareciera contener una gran dosis de desprecio, no es esa mi intención; solo deseo resaltar que para la inmensa mayoría de connacionales la Navidad es intrascendente. Ellos no tendrán una Navidad como la nuestra, todo lo que nos vende el consumismo es falso. ¡La Navidad está adentro de usted, hágale un lugar en su corazón!