Edgar Villanueva
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Nuestro país vive momentos cruciales para su futuro pues estamos en la antesala de un cambio de mando en el Ejecutivo y Legislativo nacional. Se nos ofrece una nueva oportunidad de sentar las bases que permitan construir la Guatemala del futuro y estoy seguro de que, si en algo podemos estar de acuerdo, es que necesitamos cambios sustanciales. El reto está en los medios para alcanzar estos cambios pues algunos creen y expresan (a veces directamente y otras indirectamente) que necesitamos una revolución. Yo considero que necesitamos generar confianza e ir paso a paso en la construcción del país moderno y económica y socialmente pujante que todos añoramos.
Los que abogan por la revolución no entienden que, como dijo un sabio colega, “estamos volando el avión y reparándolo al mismo tiempo”. Ojalá pudiéramos aterrizarlo y romperlo en pedazos para reconstruirlo. Sin embargo, el avión debe de seguir volando y aunque quisiéramos desarmarlo, no tenemos todas las piezas nuevas, pues éstas van llegando poco a poco. Por ejemplo, desde 2009 las tazas de homicidios en Guatemala han ido bajando. Esto se ha debido a una serie de acciones sostenidas en el tiempo como fortalecer la carrera policial o darle prioridad a la prevención. No fue necesario dinamitar la PNC para que fuera respondiendo mejor a las necesidades ciudadanas, valió la confianza en que pequeños ajustes serían importantes para un mejor funcionamiento.
Lamentablemente los aficionados a la revolución (en el ámbito político) aprendieron mucho del romanticismo de éstas y siguen ilusionados con el deseo de construir un país a través del grito y la denuncia. Yo estoy en desacuerdo con ellos en la forma. ¿Queremos un cambio? Paguemos nuestros impuestos. ¿Queremos un cambio? Dejemos la denuncia y busquemos un curul o apliquemos a un cargo público (y sostengámoslo al menos cuatro años). ¿Queremos un cambio? Dejemos twitter e invirtamos ese tiempo en apoyar algún tema nacional (en desnutrición crónica, tenemos mil opciones). Si vamos a aterrizar la nave, tengamos un plan de cómo la vamos a hacer volar de nuevo, algunas de las piezas básicas listas y un plan de vuelo.
El reto con la revolución es que estamos revolucionados. No existen consensos que nos permitan tener una masa crítica que absorba el shock destructivo intrínseco en todo golpe de timón. Por lo tanto, debemos de ir con cautela, sin prisa, pero sin pausa.
El diccionario de la Real Academia española define revolución como “cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional”. La palabra clave de esta definición no es profundo o violento, es cambio. A eso le tenemos que apostar, a cambiar consistentemente aquellas cosas que no funcionan, a obsesionarnos por el buen funcionamiento de la maquinaria estatal en beneficio de todos y a confiar en la sostenibilidad de la mejora constante versus la revolución. Tomo prestada una cita anónima repetida por un colega hace algunos años para finalizar: la fortaleza de las democracias está en su habilidad para reinventarse (no de revolucionarse).