Por: Adrián Zapata
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Según nota de la Agencia Guatemalteca de Noticias, AGN, fechada el pasado 9 del mes en curso, “Guatemala presenta programa de trabajo temporal a empleadores estadounidenses para posicionar al país como líder en exportación de mano de obra”. El ministro de Trabajo, Gabriel Aguilera, en el lanzamiento de dicho programa, que incluye a trabajadores agrícolas, dijo “La labor fundamental es la promoción y mercadeo de nuestros trabajadores y que ellos puedan ser más competitivos que los trabajadores de otros países y (explicar) por qué les conviene más a los empleadores americanos contratar a trabajadores guatemaltecos”.
Aguilera también anunció que Rafael Lobos, el Ministro de Trabajo designado por el gobierno de Alejandro Giammattei, asistió a las reuniones con los empresarios estadounidenses, demostrando así la voluntad de esa próxima administración de darle continuidad a dicho proyecto.
Ante ese tipo de noticias las reacciones que se pueden tener son contradictorias.
En primer lugar, ofrece la posibilidad que muchos compatriotas puedan ir a trabajar a los Estados Unidos sin tener que afrontar el drama que implica la migración que llaman “ilegal”, particularmente para la población rural, campesina, que son quienes se dedican a las actividades agrícolas. Son muchas las ventajas que este programa tendrá para quienes resulten escogidos. No hay coyotes, ni deudas por esos “servicios prestados”; no existen las condiciones infrahumanas en que se realizan los traslados, los riesgos de la travesía tampoco se sufren, el retorno ya está planificado, el tiempo de la separación familiar ya no es incierto.
Pero a pesar de todas esas “virtudes” no se puede tapar el sol con un dedo.
Solo pensar que existe un Estado que exhibe con orgullo un programa de exportación de mano de obra, es decir, de exportación de pobreza, frente a su incapacidad para garantizarles a sus ciudadanos oportunidades de vida digna, resulta dramático.
Y lo peor es que está tan naturalizada esa situación de la migración obligada que no se percibe la vergüenza que implica tal programa. Es la cínica aceptación de su fracaso. Eso sí es expresión de un “Estado fallido”.
O sea que estamos frente a una contradicción, tenemos sentimientos encontrados. Contentos por quienes individual y familiarmente se verán beneficiados y angustiados por la aceptación del fracaso que afrontamos como país.
No podemos ignorar el porcentaje del PIB que representan las remesas, en sostenido aumento. Tenemos que reconocer las oportunidades que pueden existir, aunque cada vez más restringidas, en ese país del norte. Debemos también considerar la ilusión del “sueño americano” con la cual alimentaron la admiración a los Estados Unidos y las aspiraciones consumistas que se constituyen como sinónimo de calidad de vida.
Pero lo que no me cabe duda es que la migración obligada que realiza una gran cantidad de guatemaltecos, hombres y mujeres, es una puerta falsa. El punto central debería ser, como dice la FAO, convertir los territorios rezagados que son expulsores de su población en territorios desarrollados donde existan condiciones para que la gente pueda tener la opción de una vida digna.
Mientras tanto, sigamos exportando guatemaltecos, exhibiendo ese terrible fenómeno como un logro de la diplomacia.