Por: Adrián Zapata

Estamos en el esprint del final del año. La Real Academia define esta palabra como “el esfuerzo final que se realiza en cualquier actividad”.

En términos políticos es el esfuerzo final que hace el Ejecutivo para terminar su período. Y, en el caso de los diputados, la preocupación de muchos de ellos sobre cómo quedarán “blindados” ante los procesos judiciales que les esperan. En el caso del Ejecutivo, tan angustiado no está ausente.

En términos sociales, el esprint es la catarsis consumista de fin de año, quienes tienen el privilegio de poderla realizar, para compensar once meses de frustraciones de distinto tipo, sin importar que las tarjetas de crédito se queden al tope y que venga la “cuesta de enero” que tendrán que subir a costa de mayor endeudamiento. Los clasemedieros encontramos en el consumo la compensación de nuestras frustraciones existenciales. Y digo los clasemedieros porque los sectores populares no pueden darse ese lujo escapatorio.

Visitar los centros comerciales, comprar los regalos para los amigos y los seres queridos, abrazarse a cada rato con casi cualquiera que nos encontremos, sentirnos mejores personas, dar limosnas a los mendigos para contagiarles nuestra felicidad. En fin, en esta época hay sentimientos positivos, a veces tan simplistamente positivos que fácilmente son cursilerías, que se posicionan en el imaginario social. Pero, sobre todo, reina el consumismo.

Sin embargo, este esfuerzo final, el esprint, también tiene sus importantes virtudes. Es usual la seducción por el cambio. Lo viejo agota y lo nuevo entusiasma. Por eso, aunque lo nuevo vaya a ser en realidad la continuidad de lo viejo, la palabra crea la ilusión que permite llenar de entusiasmo el aburrimiento y el hartazgo.

También la época navideña provoca sentimientos positivos en las personas; pareciera que la gente se puede amar más en estas semanas, con toda la intensidad que la superficialidad permite.

Las posadas, ojalá que no estén en extinción, contribuirán a crear ese ambiente festivo, tan agradable. Los convivios en el trabajo también jugarán su papel de echar un poco de bálsamo a la cansona cotidianidad que lo caracteriza.

Comprar, comer, tomar, bailar (cualidad no muy presente en los chapines, comparados con los rumberos de las culturas menos altiplanenses) son todas conductas gratificantes.

El significado religioso, espiritual, de estas fechas se difumina ante la prevalencia de la bacanal consumista. Los nacimientos, esa tradición de las anteriores generaciones, se han sustituido con los arbolitos de Navidad, la mayor parte de veces de plástico, o por las luces que alumbran las fachadas de las casas, sustituyendo con colorida iluminación la gris monotonía de los hogares.

Así que prepárese con la paciencia necesaria para pasar horas en los embotellamientos. Oiga villancicos en el radio mientras espera, eso ayuda superar la desesperación claustrofóbica de estar metidos en esa jaula móvil. Compre la felicidad, aunque sea la navideña, gastando efusivamente. Total, no hay mejor manera de gozar la vida que comprando.

Adrian Zapata

zapata.guatemala@gmail.com

Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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