Adrian Zapata

zapata.guatemala@gmail.com

Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Por: Adrián Zapata
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Es inédito el largo período de transición que transcurre entre la elección del nuevo gobierno y la fecha de su toma de posesión. Casi medio año, de agosto a enero. En el pasado, hubo ocasiones en las cuales ese lapso fue menor a 30 días.

Esta situación tiene ventajas, pero también riesgos

Con relación a las primeras, una larga transición permitiría mayores posibilidades para la continuidad de las políticas públicas o bien la racional decisión de modificarlas o, eventualmente, eliminarlas, ya que podría darse un proceso de análisis que permitiera, basado en evidencias, tomar tales decisiones. El nuevo equipo de gobierno tendría el tiempo suficiente para conocer la realidad a la cual tendrá que enfrentarse y el equipo saliente también podría, cómodamente, transmitir su experiencia y el conocimiento acumulado.

Esa práctica virtuosa serviría también para salirle al paso a las emociones prevalecientes en la población, comprensibles, pero no necesariamente correctas, que quieren “que todo cambie”, bajo el supuesto, también emocional y producto del desencanto que sufren, que la lleva a ansiar “lo nuevo”, sin que ello implique que por nuevo sea necesariamente bueno.

Pero esa prolongada transición también tiene, como ya lo referí, riesgos. Y posiblemente el principal, en términos políticos, es que el nuevo gobierno asuma en condiciones de desgaste, con lo cual se disminuye o anula la “luna de miel” que beneficia la legitimidad de esas autoridades para darle un fuerte impulso al inicio de la ejecución de su plan de gobierno.

Para la oposición, tanto la política como la social, esa transición podría ayudarles a prepararse para definir con mayor precisión en qué apoyarían y en qué enfrentarían al nuevo gobierno.

Sin embargo, todo lo dicho no necesariamente coincide con lo que la actual situación en el país posibilita.

La administración de Jimmy Morales tuvo una agenda casi “mononeural”. La única neurona que les funcionó fue la dedicada a encontrar cómo sacar a la CICIG de Guatemala. Todo lo demás fue secundario o inexistente. Y a partir de esta perversa pretensión se impulsaron acciones que pueden tener consecuencias muy negativas para el país. Tal vez el ejemplo más obvio de esta práctica fue el absoluto servilismo ante el gobierno de Trump que nos tiene a las puertas de la ejecución del convenio migratorio que nos ubica como “país seguro” para recibir migrantes, mientras se resuelve en Estados Unidos su petición de asilo.

Pero en general, la ausencia de rumbo del gobierno de Jimmy Morales hace que la transición sea de la nada hacia la incertidumbre de ¿para dónde?

Giammattei podría tener en esta dramática realidad una oportunidad para definir con precisión el rumbo de su administración y entrar el 14 de enero con toda la fuerza necesaria para ejecutar su agenda programática. Lamentablemente no es eso lo que está sucediendo. Todo parece indicar que esta larga transición ha servido para desnudar las debilidades que tendrá la nueva administración y que el resultado será entrar al ejercicio del poder sin el tradicional período de “luna de miel”. Veremos qué sucede en las pocas semanas efectivas (las festividades de fin de año son tiempo políticamente inexistente) que aún quedan.

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