Adolfo Mazariegos
Mucho se ha dicho durante los últimos años acerca de lo que para pensadores de todo el mundo supone hoy día una crisis de la Democracia. Ciertamente, dicho fenómeno, en tanto crisis, se ha extendido por todo el Globo, evidenciando que algo ocurre con ese sistema que para muchos se ha convertido en simplemente una forma de elegir gobernantes y de aprovechar espacios en función de intereses particulares. Y no estoy negando en absoluto las bondades y/o beneficios de vivir en democracia, sino todo lo contrario: pongo el tema sobre la mesa a manera de breve y sencilla reflexión (que no deja de llevar implícita, por supuesto, cierta preocupación por la interpretación malintencionada que a veces se ha hecho de ella). En esa línea de ideas, he de decir que el concepto “democracia”, como resulta evidente, ha sido utilizado indiscriminadamente y como caballito de batalla por demagogos y populistas tanto de un lado del espectro político como del otro, quienes, en un considerable número de casos ignoran a qué se están refiriendo realmente al utilizar el término, puesto que su afán (de los demagogos y populistas) radica solamente en obtener el voto popular en procesos electorales en donde las masas han dado en aceptar como normales los ofrecimientos vacíos y los obsequios clientelares, obviando, sin reclamar siquiera, contenidos programáticos claros y concretos mediante los cuales pueda alcanzarse el desarrollo de la sociedad en su conjunto una vez llevados a la práctica. Con ello, además, se contribuye a que la política o el ejercicio de esta en el marco de la vida social al interior de un Estado democrático, tal como conocemos dicha organización sociopolítica en la actualidad, sea algo visto como una finalidad más que como un medio, lo cual es desastroso y peligroso para cualquier sistema, puesto que hace que las estructuras estatales sean permeables y susceptibles de corrupción y falencias que pueden resultar nefastas de cara al futuro de la sociedad, sin que la verdadera finalidad que debe perseguirse siquiera sea vislumbrada. Todo ello tiene su génesis en algún punto, por supuesto, y es preciso discutirlo. Hoy empieza a hablarse (por ejemplo) de un “renacimiento de la historia”, con una clara referencia al pensamiento que popularizó Fukuyama treinta años atrás y que auguraba un destino basado en la democracia liberal en tanto que el final de la Guerra Fría, abría un panorama inevitable que, según el autor de dicha tesis, sería la única salida posible. El paso de los años se ha encargado de demostrar que el asunto no iba por ahí, pero Fukuyama fue lo suficientemente astuto entonces como para plantear su tesis en tono de pregunta, algo que a muchos quizá se les ha pasado por alto al analizar la cuestión intentando ponerla en contexto, puesto que ello puede significar (no lo asevero, claro está) que el mismo Fukuyama tenía sus propias dudas al respecto. Quizá valdría la pena buscar soluciones alternativas o tal vez mixtas con base en premisas como las aludidas, ya es tiempo.