Sandra Xinico Batz
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Simplificar la existencia de los pueblos originarios a folclore, es racismo. El folclore es una expresión racista que pasa desapercibida como tal porque socialmente es validada a través del nacionalismo, que se alimenta del desconocimiento generalizado de la verdadera historia de estos territorios. Manipular la historia es una forma de adoctrinamiento. Necesitamos seres pensantes y críticos, no obedientes “útiles”.
La vinculación entre folclore y turismo tiene que ver con la mercantilización de la cultura, que es una industria. En este caso la concepción de cultura hace referencia estrictamente a “costumbres y tradiciones”, como una forma de simplificar y anular la complejidad de los pueblos originarios. Se les despoja a los pueblos todo lo que pueda ser vendible y rentable, mientras se arraiga cada vez más el desprecio a lo indígena.
Los casos de racismo que se hacen públicos son un reflejo mínimo de la cotidianidad de miles de personas en Guatemala. Por supuesto que es indignante que constantemente se nos humille por ser indígenas y al mismo tiempo se alardeé de multiculturalidad con tal de apropiarse de nuestras expresiones identitarias.
Es simbólicamente racista el hecho de disfrazar cuerpos blancos con indumentarias mayas, porque la idea de belleza que se quiere proyectar está intencionada a que la sociedad normalice los estándares de superioridad-inferioridad asignados a la raza. No hará falta quien asegure que eso es de la “raza” ya está superado, esta es otra reacción de la normalización del racismo que hace que las personas se resistan a reconocer la realidad. Hace unos días Mei Lin Virginia Lau Girón presentaba una disculpa pública por su comentario en Facebook “que indios tan estúpidos”, una idea que hasta hace algunas semanas le parecía normal. Mei Lin es un espejo, el reflejo que no quieren ver, que prefieren evadir porque así es más cómodo.
¿Cómo dialogamos sobre racismo? Tampoco es normal que cada vez que se intente debatir sobre racismo se interpongan valoraciones como “odio”, “resentimiento”, “baja autoestima”, “deseo de venganza” y en el peor de los casos que se recurra a la violencia a través de insultos para desacreditar y anular cualquier cuestionamiento que se haga al racismo.
En el “corazón del mundo maya”, Guatemala, las mujeres y los hombres mayas son hostigados por el Estado, los criollos, las transnacionales. ¿Acaso mostrarán en Netflix cómo el racismo legitima la esclavitud de los descendientes de esa gran civilización maya? Por supuesto que no, porque eso no vende, en cambio lo que sí vende es exhibirnos como objetos, como artesanía “chapina”.
Se sienten con el derecho de apropiarse de lo que es nuestro y que hemos defendido para que siga existiendo. Se sienten así porque la sociedad y las instituciones lo legitiman. Nunca es suficiente, insisten en tomar nuestras tierras, nuestros tejidos, nuestras ciencias, nuestro patrimonio.
Tan nada es suficiente que hasta pasarela de modas iba hacer una “reconocida” empresa a costa del dolor de las víctimas de la erupción de volcán. Y luego le llaman “errores”.