Por Mariela Castañón
mcastanon@lahora.com.gt
El cadáver de un joven yace en la cinta asfáltica en la zona 7, la sangre se esparce por todos lados. Un perro merodea el cuerpo inerte y es ahuyentado por un policía. Un familiar del muchacho asesinado coloca una veladora y llora sobre su pariente. El número de observadores incrementa conforme avanza el tiempo, adultos acompañados de bebés, niños y niñas están atentos ante tan doloroso y desesperanzador escenario. Me pregunto ¿por qué quieren ver? ¿Por qué llevan a los niños?
Lamentablemente todos los días hay escenas similares en nuestro país. Los observadores son menores de edad, que acompañan a sus padres o personas responsables de su cuidado.
Este tema también lo discutimos con los compañeros que cubrimos la fuente de violencia y pensamos que si esta cobertura no fuera parte de nuestro trabajo sería mejor no presenciar estos hechos. Primero porque obstaculizamos el trabajo de las autoridades que intervienen en la recopilación de evidencias. Segundo porque si no vamos a colaborar no tenemos nada que hacer, sino respetar a los deudos y a la persona muerta. Tercero, porque a ningún ser humano nos gustaría que cuando estemos muertos nos observaran solo “por curiosidad”.
Lo preocupante en esta cobertura son los niños y niñas en las escenas del crimen, es difícil concebir cómo pueden ser expuestos a tan doloroso y traumático escenario. Entiendo que somos una sociedad que tristemente se acostumbró a la violencia y la normaliza, sin embargo, creo que es importante reflexionar que nada de esto es natural y por lo tanto no hay justificación para que la niñez y los adultos quieran ver a una persona muerta.
Tengo conciencia, que en casi todo el país hay violencia y habrá momentos en los que no será posible evitar que los niños observen estos crímenes, sin embargo, si existen mecanismos para cuidar a nuestra niñez y evitar exponerla.
Si a las personas adultas nos afecta ver todos los elementos de una escena del crimen, percibir el dolor y muchas veces sentirlo, porque hay casos más difíciles que otros, es más difícil de asimilar para un niño que empieza a vivir.
Los niños pueden traumatizarse por lo que vieron o sintieron en esa escena y lo peor es que pueden acostumbrarse a la violencia y repetir estos ciclos con sus futuras generaciones, lo que creo que no está bien porque definitivamente de esa manera no podemos avanzar, ni construir un país diferente.
Las familias: los padres, las madres, los responsables de los niños y niñas que han expuesto a sus hijos o parientes a estas escenas deben reflexionar sobre el daño que pueden provocar, pero no solo ellos y ellas, también el Estado a través de sus dependencias de prevención del delito y no digamos en contrarrestar la violencia y los homicidios.
También, todos los sectores de la sociedad podemos contribuir y explicar a las familias las consecuencias de exponer a la niñez a estas situaciones, al igual que los colegios, las iglesias católicas y evangélicas, los líderes y lideresas que inciden en sus comunidades.