Francisco Cáceres Barrios
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En Guatemala la indigencia es más notoria en la ciudad capital y en las cabeceras departamentales y si entendemos por este término a las personas que no cuentan con los ingresos suficientes para cubrir al menos la canasta básica de alimentos, vestimenta, vivienda y otras necesidades, el estimado lector podrá estar de acuerdo conmigo en que cada vez son más notorios los grupos de personas con estas características, quienes además de los problemas que causan a los vecinos por su mala higiene y limpieza, al no contar con acceso alguno para atender debidamente sus necesidades fisiológicas, también causan sinnúmero de molestias para quienes residen y hasta para quienes transitan por el lugar que ocupan o invaden, pues se mantienen día y noche, pasando el tiempo y muchas veces hasta cometiendo faltas o delitos en contra de la sociedad.
Estoy seguro que también el estimado lector, en más de una oportunidad habrá comentado esta situación que, como dije al principio va en aumento, sin que las dependencias públicas que pomposamente se autocalifican de ser impulsadoras del desarrollo y del bienestar de nuestra sociedad, con multimillonarios recursos asignados en los presupuestos anuales del Estado, se les vea más de algún buen resultado. En cambio, entidades privadas de beneficencia pública, especialmente aquellas de carácter religioso, nos consta que distribuyen en sitios públicos o en sus propias instalaciones dos o tres tiempos de alimentación sin embargo, sus escasos recursos les impiden atender totalmente sus necesidades de vivienda, de bienestar o de salud.
El problema antes descrito no es reciente y en los actuales tiempos cada vez es más difícil la vida para esta clase de gente, además de constituir un grupo heterogéneo generador de problemas, sin que la población haya podido apreciar el buen desarrollo de una política pública estatal que al menos tuviera visos de que algún día pudiera atenderse como debiera, aun sabiendo que en estados norteamericanos y países europeos con más recursos que el nuestro, también están pasando esa misma crisis de expansión, no solo porque cada vez es más grande la brecha entre ricos y pobres, sino que la drogadicción y el abuso de bebidas embriagantes se ha encargado de complicar todavía más sus funestas consecuencias.
Con este comentario he querido evitar el señalamiento del célebre Mahatma Gandhi: “Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena”, evitando así que los intereses ideológicos equivocados y extraños a nuestra manera de ser provoquen un estallido social. Por eso solicito a las autoridades, especialmente a las nuevas, su análisis y consideración al problema de la indigencia, pues aunque no me opongo a que se atiendan los problemas y necesidades que tengamos en el extranjero, por humanidad debieran establecerse prioridades para que en nuestro país no se siga apreciando el olvido en que han caído las condiciones económicas, políticas y sociales en que se desenvuelve la mayoría de nuestra sociedad.