Víctor Ferrigno F.

Jurista, analista político y periodista de opinión desde 1978, en Guatemala, El Salvador y México. Experiencia académica en las universidades Rafael Landívar y San Carlos de Guatemala; Universidad de El Salvador; Universidad Nacional Autónoma de México; Pontificia Universidad Católica del Perú; y Universidad de Utrecht, Países Bajos. Ensayista, traductor y editor. Especialista en Etno-desarrollo, Derecho Indígena y Litigio Estratégico. Experiencia laboral como funcionario de la ONU, consultor de organismos internacionales y nacionales, asesor de Pueblos Indígenas y organizaciones sociales, carpintero y agro-ecólogo. Apasionado por la vida, sobreviviente del conflicto armado, luchador por una Guatemala plurinacional, con justicia, democracia y equidad.

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Víctor Ferrigno F.

Desde el 11 de noviembre a la fecha, apenas ocho días, el Estado Plurinacional de Bolivia ha vivido una burda intervención extranjera, un golpe de Estado contra su Presidente democráticamente electo, y una insurrección popular que reclama la vuelta al régimen constitucional.

Durante casi 14 años, Evo Morales, un indígena aimara, encabezó el más importante proceso de transformación de Bolivia, desde su constitución como república independiente, con tres características: le imprimió un carácter independiente y antiimperialista; asumió un exitoso modelo económico que privilegió la inversión social; y, en el ámbito político-cultural, empoderó a las nacionalidades indígenas, a las mujeres y a los trabajadores. La oligarquía racista boliviana y el imperio no le perdonaron tal atrevimiento, y lo derrocaron al tener la oportunidad.

Evo nacionalizó el petróleo, el gas y todos los recursos naturales, indemnizando a las empresas que se quedaban con más del 80% de los gananciales. Esto, y el descubrimiento de uno de los yacimientos de litio más grandes del mundo, permitió a Bolivia acumular una base económica para transformar social y políticamente al país, de manera socialmente incluyente y sin depender de EE. UU. ¡Gran pecado!

Morales Ayma se distanció de EE. UU., expulsando a la DEA del país, pero logró incrementar en 234% las incautaciones de cocaína, entre 2006 y 2012, y redujo el área de cultivo de hoja de coca, sin reprimir a los campesinos cocaleros, de los cuales él fue dirigente. Recientemente, la ONU certificó que, en 2018, Bolivia incrementó un 95% la incautación y destrucción de clorhidrato de cocaína en comparación a 2017. Todos estos éxitos se le ningunean a Evo, por atreverse a hacerlo sin la DEA.

En 2006, Bolivia tomó distancia de las políticas del FMI y del Banco Mundial y desdolarizó la economía, siendo hoy día una de las que más crecen en Latinoamérica, sacando a millones de ciudadanos de la pobreza, mejorando exponencialmente los indicadores sociales en salud, educación, vivienda, transporte, vialidad, etc.

El Gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS), con Evo a la cabeza, logró esta epopeya sin la oligarquía blanca, ultraconservadora y racista, que conspiró con EE. UU., la OEA y los mandos militares para fraguar el golpe de Estado, pues les era intolerable que un indígena antiimperialista le demostrara al mundo que es posible el desarrollo independiente.

Desde octubre, el reconocido geoestratega mexicano Alfredo Jalife, denunció el papel y financiamiento de EE. UU. para preparar y fraguar el golpe de Estado, dando los nombres de políticos y diputados bolivianos opositores que acudieron a Washington, quienes se aliaron con la cúpula militar golpista, entrenada por el imperio. Además, se ha confirmado el apoyo de los gobiernos de Colombia, Brasil, Argentina y Paraguay en el derrocamiento de Evo.

Después de las elecciones vino el golpe y la autoproclamación presidencial de Janine Áñez, rompiendo el marco constitucional y sin tener legitimidad. En el marco de una virtual insurrección popular contra los golpistas, el Congreso y el Senado se reconstituyeron, manteniendo la mayoría del MAS, y ayer desistieron de una reunión bicameral resolutiva, a fin de intentar un acuerdo con la minoría golpista, que se niega a negociar una salida política a la crisis y convocar a elecciones. Ellos no buscan una solución democrática, quieren regresar al elitismo, a los privilegios, al sometimiento de los indígenas, al colonialismo.

Pagando un alto costo en vidas (23 muertos) el pueblo boliviano ha reaccionado, retomó la iniciativa e, insurrecto, demanda la vuelta a la democracia, la renuncia de Áñez, el fin de la represión y el racismo, y nuevas elecciones. Tiene cercada a la capital, que languidece sin combustible ni comida, y ha hecho realidad la sentencia del líder ancestral Túpac Katari: ¡Volveremos y seremos millones!

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