Luis Fernández Molina
Aplaudo con entusiasmo la construcción del VAS. Felicitaciones a los promotores y planificadores. Ojalá se complemente el circuito desde la carretera a Escuintla hasta la de El Salvador. Sería un gran paliativo al espantoso tráfico del sur de la capital. Igualmente felicito a los ejecutores de la idea de la autopista Palín-Escuintla. Aunque los escenarios de los dos casos anteriores tienen algunas variantes (uno totalmente privado y otro en concesión), en el fondo comparten un mismo concepto: que la iniciativa privada complemente ejecuciones que el Estado deja sin resolver. En este contexto, sería bienvenida una propuesta para la construcción de una ruta alterna en carretera a El Salvador o un metro, subterráneo o aéreo, en la ciudad de Guatemala. Claro, habría que definir detalles pero, a falta de recursos de las municipalidades o del Estado las puertas quedarían abiertas para inversionistas particulares. Se pondrían en movimiento capitales dormidos o poco productivos y se brindaría un servicio necesario. Por cierto que las rutas arriba citadas se mantienen en excelentes condiciones y nunca se habló de corrupción.
La iniciativa privada interviene en base a una idea germinal, la chispa que surge en la mente de alguien. Deben concurrir otras premisas, palabras claves que se entrelazan: a) riesgo, b) capital, c) ganancias, d) eficiencia y e) certeza jurídica. Cualquier aventura particular conlleva un factor de incertidumbre. Es interesante y pasa desapercibido la pantalla de los negocios exitosos que esconde a infinidad de otros que se fracasaron en el camino; por cada empresa exitosa hay 6 que se quedaron en la sombra con arrastre de deudas y decepciones. Luego viene el capital; sin financiamiento las ideas son meras elucubraciones. Se requiere de patrimonio, mucho dinero en algunos casos, para ejecutar diferentes proyectos por muy rentables que se presenten. En el caso hipotético del metro la inversión sería multimillonaria. Sin embargo, con todo el movimiento capitalino ¿Sería rentable? Que lo respondan los magos de las finanzas.
Usted, estimado lector como cualquier vecino, solo vamos a invertir si se anuncian beneficios (aunque sean filantrópicos). Obvio. Y mientras mayor sean las utilidades previstas, mayor será el interés en participar. En caso del metro o de las carreteras la mayor utilidad dependerá, en mucho, del cobro del pasaje o del peaje pero en función de dos parámetros básicos: a) el interés general y b) el balance del mercado. En cuanto a lo primero se debe tomar en cuenta que se trata de un servicio con características públicas y lo segundo es una apreciación propia del mercadeo, por ejemplo, el proyecto no sería rentable si el peaje fuera muy caro de manera que los usuarios prefieran tomar la vía alterna.
En todo caso se trata de empalmar el interés público -consubstancial del Estado- con la pujanza de la gestión privada. Es una idea que en otros países se ha venido desarrollando con muy buenos resultados (como las Colaboraciones Público Privadas -CPP- en España). En Guatemala tomó forma hace diez años con el decreto 16-2010.
La presentación de la autopista Escuintla-San José como estandarte de esa ley no ha sido muy feliz. El caso tiene muchas aristas que enturbian un análisis objetivo. No quiero repetir lo vital que es dicha ruta. Perogrullada. Es cierto que merodean intereses mezquinos que sobreponen sobre el interés nacional. Hubo información distorsionada y poca socialización. Pero hay algo más, los guatemaltecos tenemos un sabor acre pues hace no muchos años presumíamos de hermosa autopista de concreto al puerto (que iba a durar 40 años). Igual con la del Occidente (por Tecpán). ¿Qué pasó? Como que de alguna forma nos la quitaron.