Arlena Cifuentes23
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Las manifestaciones de ira, furia y resentimiento plasmadas en los actos violentos que hoy en día están sucediendo en Latinoamérica; así como los actos vandálicos y violentos cada vez más frecuentes en nuestro país son altamente preocupantes. La furia que se imprime al dar muerte a una o varias personas en un mismo hecho, los asaltos, la manera desafiante entre quienes a diario circulamos en las largas colas en el tráfico y las monumentales infracciones al tránsito son cada vez más frecuentes, el cinismo prevalece; lo que nos convierte en una sociedad sumamente violenta y peligrosa.
El comportamiento neurótico del “ser humano” refleja hoy en día una sociedad que a pasos agigantados avanza en su deterioro en donde la sinrazón se desborda. El que actos de esta naturaleza queden impunes también invitan a que los mismos se multipliquen con mayor frecuencia y facilidad. La violencia se aprehende, se transmite generacionalmente. Por otro lado no existe la capacidad institucional de los entes encargados por castigar estos delitos, más bien se fomentan a través de la corrupción que prevalece a nivel institucional y la impunidad con la que se cobijan unos a otros.
Los hechos de violencia ocurridos en Chile, para mencionar un ejemplo, reflejan una ira reprimida probablemente generada por las desigualdades sociales en algunos; para otros podrían representar la posibilidad de manifestar sentimientos de impotencia, frustración o resentimientos acumulados alcanzando un desborde que llega al punto de destruir servicios de vital importancia como en el caso del metro. Toda manifestación de violencia proviene de la irracionalidad. Desde mi punto de vista la génesis de estos tumultos podría originarse sobre la base de un contenido ideológico que se desborda fuera de todo control y que pierde sustento a medida que se incorporan otros grupos que aprovechan muy bien los disturbios para canalizar sentimientos de odio originados por la desigualdad social, desvirtuando así el objetivo de la reivindicación, o lo que es más grave como producto de la violencia familiar.
En nuestro país tenemos por un lado, a quienes se manifiestan con conductas como las arriba mencionadas, pero también existe una gran masa de población dominada por la indiferencia y el miedo a lo cual he hecho alusión reiteradamente. Esa indiferencia que en este contexto podría relacionarse como sinónimo de comodidad, podría explicarse a partir de tener la supervivencia asegurada; es decir, el presente resuelto importándoles un comino lo que suceda en el país. Sin dejar de lado la íntima relación que la apatía, la ignorancia y la sumisión tiene con la ausencia de una conciencia ciudadana. Aspectos culturales subyacentes que parecieran ser irresolubles en nuestro contexto social.
El miedo es otro sentimiento que puede reprimir la necesidad por manifestar la inconformidad en contra del statu quo y que puede traducirse en impotencia. Sin embargo detrás de la violencia se esconde una alta dosis de miedo.
Hay un despertar esperanzador cuando se lee a algunos columnistas o se intenta mantener la atención escuchando a los pocos analistas serios que han empezado a pronunciarse sobre la evidente ausencia de interés y participación del pueblo en el quehacer nacional. La indiferencia prevaleciente en la masa poblacional integrada por habitantes de distintas condiciones sociales y diferentes grados de escolaridad es inaudita. Ningún suceso despierta su interés. El pueblo debe despertar de este letargo antes de que sea demasiado tarde.
El pueblo permanece dormido mientras se suceden tantas ignominias y barbaridades. Qué deberá suceder para que despierte y se pronuncie al unísono –pero no sectariamente– a una sola voz, condenando tanta fantochada, tanto acto circense que realizan a diario los protagonistas de los organismos ejecutivo, legislativo y judicial y que parecieran tener nuestra aprobación al permanecer callados, en silencio lo que nos convierte en comparsas: no cabe duda alguna que somos un pueblo indigno.