Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Mario Alberto Carrera
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En una de estas columnas sobre la “novelita” –protagonizada, en parte, por Miss Guatemala Gloria Bolaños Pons o acaso una de las narradoras de la crónica periodística novelada del marqués- dije yo algo sobre el alcoholismo o las adicciones de Jacobo Árbenz que se agudizaron con y durante el final del fracaso presidencial y el triunfo de la Operación Éxito de Castillo, pero le atribuí ese dato al libro de Mario Alvarado Rubio -amigo mío y de mi padre- lo cual fue un descuido porque tal información aparece en la página 216 de “Fruta amarga” de Siglo 21 editores, 1982. Eso pasa por atiborrarse de referencias bibliográficas. Pero mis inexactitudes son de ese tipo (distracción) y no como en la “novelita” donde el autor cuando le conviene dice que es historia, pero cuando le señalan que no fue así, entonces afirma contundente y algo flamenco ¡y olé!, que es novela y que tiene licencia poética -como decimos en Retórica- y que por lo tanto puede rempujarnos el engendro que mejor le parezca. Tanto es así que en la presentación de su “novelita” -recientemente en la Casa de América- cuando los reporteros lo arrinconaron pidiéndole que aclarara ¿cuándo es novela y cuando es Historia?” terminó abruptamente la conferencia de prensa que había estado precedida por una conferencia de él mismo, lapso largo que ocupó para contarnos el argumento de “la novelita”.

Concluyó la conferencia, abruptamente ¡en voz bastante alta para las maneras de un miembro de la nobleza!, diciendo en fuerte voz, como insisto: ¡No me crean! ¡Yo miento o soy un mentiroso!, ironizando con unas maneras que no correspondían porque lo único que le preguntaron las reporteras es que cómo se hacía para saber cuándo la “novelita” es novela y cuando es Historia. Y cuando una de las periodistas quiso argumentarle entorno a la misma cosa, pero citándole “Bitter Fruit”, dijo como quien habla de un libro de segunda: ¡Sí, sí, “Las frutas amargas” (sic) ese libro…!

La ingenuidad de Juan José Arévalo y de Jacobo Árbenz Guzmán es proverbial y acaso totalmente inaudita o inverosímil al creer que los Estados Unidos de América en plena Guerra Fría, recién terminada la II Guerra Mundial, con la Guerra de Corea que se pareció mucho a la de Vietnam, con el macartismo en lo mejor y enemigos a muerte Rusia y Estados Unidos, pudieran tener la peregrina idea de que en Guatemala se podían reciclar 500 años de esclavitud en cosa de 5 o 10 años, expropiar a la Ufco, los ferrocarriles y la electricidad (para empezar) y que todo pasara sin que pasara nada. Y no hay que olvidar que la tensión máxima entre Guatemala y EE. UU. no es cierto que comenzara con Árbenz, ya Arévalo había expulsado por non grato al embajador de Estados Unidos muchísimo antes de Peurifoy; y el Código del Trabajo no causó ninguna simpatía en Washington.

La ingenuidad de los aludidos crece en la medida en que no podían ignorar que existía una CIA, una agencia de inteligencia que husmeaba y olfateaba de Pekín a New York y no digamos en la pobrecita Centroamérica.

El ejemplo y caso de esa ingenuidad que yo califico como digna de un Premio Nobel (si existiese tal materia) en candor e inocencia, fue cuando el Gobierno y el Congreso (creo), le hacen un homenaje por todo lo alto a Joseph Stalin con motivo de su fallecimiento en 1953, Peurifoy se lo reclama a Árbenz en una recepción. Y entonces doña Maruca saltó y dijo que cuando Churchill muriera también harían lo propio. Es que eso fue como pretender ir a homenajear a Hitler en Israel.

Bonito repasar la historia para no volver a tropezar con la misma piedra como dice el corrido mexicano.

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