Gracias a los tribunales norteamericanos nos hemos enterado de la confabulación que encabezó Mario Estrada para asesinar no sólo a la que veía como su principal rival, Thelma Aldana, sino también a los fiscales que se distinguieron por su lucha contra la corrupción. Juan Francisco Sandoval de la FECI y Oscar Schaad de la Fiscalía de Delitos Electorales, se pusieron en la picota por llevar casos que sirvieron para evidenciar tanto los niveles de podredumbre e impunidad que han existido en Guatemala, como también la forma en que el Estado ha sido capturado mediante el mañoso financiamiento electoral ilícito, mismo que sigue dando frutos ahora que el Presidente que llegó recibiendo los mismos dineros de siempre, trabaja al servicio de los poderes de siempre (necesaria la redundancia) para asegurarles impunidad y expulsar a la CICIG tras retomar el control del Ministerio Público.
Pero viendo la situación en que se encuentran quienes dieron el pecho por luchar contra el mayor de los vicios que afecta al país y, sobre todo, notando la indiferencia de la ciudadanía a los riesgos en que se encuentran, tiene uno que preguntarse si no sería que, dadas las condiciones tan peculiares de Guatemala, no terminaron jugándose por el lado equivocado. Porque aquí es obvio que los que se someten al gran poder no tienen penas ni preocupaciones, mientras que los que lo señalan y enfrentan lo tienen todo cuesta arriba.
Es obvio que parte de las obligaciones que adquirió Consuelo Porras está en desestimular, para siempre, cualquier otro aire con remolino que pueda desatarse en contra de la corrupción y para ello nada mejor que hacer ver que quien se meta a ese camote lo tendrá que hacer confiando en Dios como única salvaguarda, porque ya está claro que ni el Ministerio Público ni el Estado de Guatemala van a andarse preocupando por su seguridad. Y justamente lo que se quiere es enviar ese mensaje de que el que se decide a actuar como lo hicieron Aldana, Sandoval y Schaad, que vea cómo se las arregla porque no tendrá el menor respaldo de la institucionalidad del Estado.
Y por eso da tanta pena ver las reacciones ciudadanas de indiferencia ante lo que están ya enfrentando esos fiscales que se jugaron por el lado correcto, el de la legalidad y la decencia, para desempeñar sus funciones en busca de la necesaria aplicación universal de la ley. Acostumbrados, como hemos vivido, a que los proceso penales son para los chorreados y menesterosos pero no para los delincuentes de cuello blanco, lo que ellos hicieron fue una osadía impresionante que permitió no sólo encausar y condenar a varios de los más pícaros funcionarios, sino que dejó en evidencia hasta donde llega la cooptación y captura del Estado, que lo ha puesto al servicio de los grandes poderes.
Schaad se fue de Guatemala amenazado de muerte, igual que Thelma Aldana, y a ambos Porras les retiró cualquier tipo de protección para facilitar las represalias en su contra. Sandoval sigue nadando contra la corriente y enfrenta decenas de procesos espurios en su contra y, me temo, no tardará en estar en igual condición que sus dos colegas mientras nosotros, los ciudadanos, nos preguntamos si en esa lucha frontal contra la corrupción no se jugaron por el lado equivocado.