Alfonso Mata
Día de Difuntos, asueto para nuestra relación con los vivos hasta mediodía, momento de iniciar el atiborramiento de fiambre, olvidándonos de los ausentes; dejando de beber de lo que les aprendimos; de lo que hicieron y dejaron de hacer; alejamiento de sus sitios y acciones. Momento de olvidarse de tristes y enfadosos acontecimientos políticos, sociales y ambientales del año. Día que aprovechamos, entre bocado y bocado, para enterrar lo que una y otra vez repítese en la historia de la nación y la familia, sin poder esperar lo inesperado y en medio de verduras, carnes y sus caldos, nos complacemos, sin pensar por un momento en nuestra caída, haciendo gala de picardías propias y ajenas, para convertir el acontecer nacional en chistes, aunque estos sean de una realidad de lo más trágico y dañino, pero que se diluyen en medio del voluptuoso sabor de nuestro colorido platillo en que aún lo propio es olvidado: un matrimonio desvanecido, un desdichado odio, el robo, la injusticia, la lujuria, sabores amargos olvidados, en torno a la mesa con los amigos y familiares. El único conflicto año con año es comparar la vianda que tenemos enfrente, con la que algún día hicieron nuestras difuntas; guerra alegre de sabores, colores y composturas ante la alharaca de los pequeños y las risotadas de los más ebrios, dejando en ese momento considerable distancia con los difuntos, sucesos nefastos y desgracias.
El fiambre nos apaña para olvidarnos de la muerte. Tradición e interpretación rodeada de nostalgia que bañan los alcoholes. Reflexiones y conversaciones algunas incluso con el más allá. Reconciliación con uno o unos sin amargura y en el anochecer del Día de Difuntos, comedores y no comedores de fiambre, a la luz de la oscuridad, probablemente brindamos y pensamos en la vida habida y no habida de los que nos precedieron y la comparamos con la propia, y quizá, en medio de ello, dejemos escapar una risa y una lágrima, sin atrevernos a adentrarnos más, quizá por una mala digestión y somnolencia alcohólica y, sin plantearnos duda alguna sobre el término de las cosas y dejando el basto mundo de nuestras ideas y pensamientos en manos de Morfeo, tapamos vivencias por otro año con el olvido, dejando un vacío para el día y los meses siguientes, dejando por otro año sin ruta, nuestro recuerdo de vivos y muertos y también parte de los infortunios.
Será que si de un día anual de muertos, pudiéramos pasar a varios de ellos, aunque la comida de la honra fúnebre sea de tortilla, sal y chile, lograríamos por fin apaciguarnos un tanto, y poder reflexionar un poco más, a fin de exterminar un poco ese nuestro sentido de ofensa, odio e inapetencia solidaria, y nuestro errante andar político y social, que a lo que nos lleva es a sucumbir de nuestra propia insensatez. Necesitamos un poco más de inspiración de vivos y muertos para podernos volver un poco más piadosos en su verdadero sentido: diligentes y cumplidores.