Danilo Santos
En este país de contrastes la felicidad se encuentra a pesar de las moscas que nacen de la podredumbre de nuestros despojos que sin pudor son arrojados en los barrancos ante la vista de propios y extraños. El color se yergue entre el lodo, los mensajes a los muertos parecieran estar escritos para los vivos. No importa el tamaño de los mensajeros o si logran alzar el vuelo las historias de abuelos y abuelas vueltos novedad y bullicio.
Al lado de un cementerio, de flores derramadas, de silencios y sonrisas, incienso y profundos rituales; desfilan miradas con rumbo al cielo, y ahora, “selfies” que replican postales que condensan las sonrisas de los paseantes y los adustos gestos que cuentan las historias de una etnia, de una clase, de las madres, padres y prole, de la muerte hecha de siglos, de siglos hechos de resistencia.
Guatemala es una suerte de día de los muertos permanente, se nos va el tiempo enterrando nuestros amores y encontrando esperanzas con cada puño de tierra que el sistema echa sobre los nuestros, no importa cuánto lo intenten, hacemos nacer una primavera cada mañana. La muerte nos es cotidiana, y también lo es la lucha por la alegría. Pierden su tiempo intentando volvernos tristes muertos que lloran muertos, nos hemos vuelto alegres rebeldes que lloran con rabia la búsqueda de lo sublime y no cejan en su esfuerzo. Felices y silentes insurrectos que no se callan y siguen vadeando los ríos pestilentes llenos de detritos hechos de la ignominia que lucen en sus hemiciclos los que se pasean por elegantes mausoleos. Bailamos sobre las tumbas. Ponemos recuerdos donde ha quedado el rastro de nuestra sangre para que nos miren siempre en los kilómetros que se reparten en cada presupuesto nacional. Vamos y venimos sin detenernos y no nos detendrán. Nos espantamos las moscas elevando barriletes, despegamos del suelo amarrados a un hilito. Cortamos papelitos y armamos fiesta. Enterramos la fruta que creen podrida y fabricamos aguardiente y nos embrutecemos de su realidad para vivir nuestros sueños. Le echamos miel al pan que desprecian y nos sirve de ofrenda. Pintamos los sepulcros, pero no de blanco, sino de tantos colores que los arcoíris palidecen. Perfumamos la tierra con aves del paraíso, aunque nos vendan el infierno. Pueden guardarse sus orquídeas, nos quedan margaritas, campanillas, jacintos, gerberas, hortensias, gardenias, flores de azafrán y lirios y cempasúchil.
Solo los deudos viven la conexión cuántica del amor más allá del tiempo y el espacio en esta tierra y los adoradores del metal hecho monedas, los demás, deambulan buscando en el snob de los mensajes que viajan en esas naves llenas de flecos y tintes y tonalidades, fantasiosos y fastidiosos naifs, bestias devoradoras representadas en las pinturas negras de sus ancestros más ilustres. Los que no vinieron en las carabelas que lejos estaban de la instrucción moral y fueron víctimas de simples objetos estéticos.
Vendrán más moscas y muerte, pero no pararán de venir y volar la alegría y los barriletes.