Carlos Figueroa

carlosfigueroaibarra@gmail.com

Doctor en Sociología. Investigador Nacional Nivel II del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México. Profesor Investigador de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Profesor Emérito de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales sede Guatemala. Doctor Honoris Causa por la Universidad de San Carlos. Autor de varios libros y artículos especializados en materia de sociología política, sociología de la violencia y procesos políticos latinoamericanos.

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Carlos Figueroa Ibarra

Durante muchos años, Chile fue la joya de la corona neoliberal. Se le puso como ejemplo de las bondades del libre mercado y saldo positivo de los Chicago Boys, chilenos aliados a Pinochet. Efectivamente, entre 1984 y 1998 el promedio del crecimiento del PIB fue de 7.1% mientras que tal promedio entre 1985 y 2003 fue de 5.3%. El crecimiento del PIB fue oscilante, pero todavía en 2018 después de un bache, creció en 4%. El 8 de octubre el presidente Sebastián Piñera dijo que Chile era un “verdadero oasis” con respecto al desierto económico regional. Doce días después, en medio de un enorme estallido social, gritó “Chile está en guerra”. Chile está mostrando en estos días que el crecimiento del PIB y desarrollo no son lo mismo.

El neoliberalismo chileno profundizó la desigualdad: la CEPAL indica que el 1% de la población concentra el 26.5% de la riqueza mientras que el 50% de los chilenos solamente tiene el 2.1% de la misma. Chile se encuentra entre los 15 países más desiguales del mundo. El salario mínimo asciende a 423 dólares al mes y el 50% de los trabajadores recibe un salario menor a 562 dólares mensuales. En 56 países, Chile es el noveno más caro. La gente vive de las tarjetas de crédito por lo que las deudas personales equivalen al 48% del PIB. El neoliberalismo ha destruido el sistema de salud pública al que se acoge el 80% de la población que recibe una atención deficiente, morosa, con déficit de hospitales y especialistas. El sistema privado que contiene al restante 20% es carísimo, de baja cobertura y acceso restringido a los centros de salud. Las medicinas son las más caras de la región. Las pensiones son manejadas por instituciones bursátiles, las cuales se quedan con 25% de las aportaciones que hacen los trabajadores y al final les entregan retiros miserables: el 80% de las pensiones son menores al salario mínimo. La privatización de la educación ha florecido escuelas secundarias y universitarias de bajísima calidad, por lo que solamente clases medias altas y ricos tienen el privilegio de una educación de excelencia. Se ha privatizado el agua con derechos de carácter perpetuo con su consiguiente encarecimiento. El 80% de los chilenos consideran corruptos a los gobernantes. El transporte público es uno de los más caros de América latina, por lo que una familia de escasos recursos puede gastar entre el 20 y 30% de su ingreso en movilizarse. He aquí el contexto del aumento que despertó a Chile. No son 30 pesos, son 30 años o más de neoliberalismo.

La esposa de Piñera, Cecilia Morel ha dicho que los sublevados son como una invasión “alienígena o extranjera”. Se une esto a la “rebelión de los forajidos” y a la “rebelión de los zánganos” en Ecuador de 2005 y 2019. Los apelativos de las rebeliones demuestran la insensibilidad de las élites dominantes: allí está el Ministro de Economía chileno diciendo que la gente debe madrugar para aprovechar la tarifa de transporte más baja. Cuando a la Reina María Antonieta le comunicaron que el pueblo francés no tenía pan, dijo “que coman pasteles”. Esa insensibilidad tiene hoy en su cuna al neoliberalismo en la lona. No serán suficientes los paliativos que hoy ofrece Piñera. Es necesario cambiar la constitución pinochetista y desmantelar al neoliberalismo.

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