Adolfo Mazariegos
He de comenzar este breve texto indicando que, al escribir estas líneas no generalizo, puesto que, con certeza, al hacerlo, estaría incurriendo en error e inexactitud. Me referiré, sin embargo, a un par de casos concretos y con todo el respeto que, a pesar de todo, merecen quienes aquí aludo: hace poco más de un año, mientras esperaba a que el semáforo diera luz verde en una congestionada calle de la ciudad, un motorista que sorteaba el espacio entre vehículos cuyos conductores, al igual que yo, esperaban el cambio de luz, pasó golpeando el espejo derecho de mi automóvil. No le di mucha importancia (honestamente). Pero, como era de esperar, bajé el vidrio para dar una mirada al eventual daño que, afortunadamente, había sido solo un pequeño rayón. Aquel motorista frenó de golpe a dos o tres metros y, subiendo el visor de su casco me preguntó: “y qué”, en un tono que quiso aparentar amenaza (usó otras palabras), acentuando la pregunta con un movimiento de cabeza y con un gesto de dureza que rayaba en lo ridículo. No pude evitarlo: solté una carcajada que sin duda lo desconcertó. Habrá creído (probablemente) que se había topado con otro loco como él. Se recompuso el casco, cambió la velocidad y se marchó apresuradamente, como suele ser en esta ciudad de contradicciones y contrastes… El jueves de la semana pasada recordé aquel episodio, en virtud de que, nuevamente, mientras estaba detenido en el tráfico –en la calle que de Pamplona conduce a los museos de la zona 13–, otro motorista que también conducía irresponsablemente por entre los automóviles, dado el poco espacio del que pueden disponer entre carro y carro, justo al intentar pasar a la par de mi automóvil perdió momentáneamente el control, estrellándose contra el bómper de mi carro. Todo sucedió en unos cuantos segundos. Encendí las luces de emergencia y, en lo que me tomó abrir la puerta para descender y ver lo ocurrido, el motorista, sin volver la vista atrás y mucho menos detenerse, se metió por entre mi automóvil y el de adelante. Se subió a la acera (haciendo que un par de transeúntes tuvieran que hacerse a un lado intempestivamente), perdiéndose con rapidez inusitada entre los autos que empezaban lentamente a retomar la marcha. El bómper de mi carro estaba prácticamente desprendido del lado izquierdo en el sitio donde el motorista golpeó con su moto… Esta vez no me reí como un año atrás. Es más, seguramente solté alguna palabrota ante la impotencia y el enojo del momento. No estoy extrañado, la verdad. Tampoco es algo que lamente ahora; el bómper de alguna manera se repara, pero imaginemos qué habría sucedido si la colisión hubiera sido, por ejemplo, con alguna persona de la tercera edad intentando cruzar la calle… En fin, no generalizo, como dije, porque conductores irresponsables los hay en moto, en carro y en cuanto vehículo motorizado existe, pero creo, sinceramente, que este es un tema en el que hay que empezar a pensar, en serio.