Víctor Ferrigno F.
El aymara Juan Evo Morales Ayma fue electo en primera vuelta, para un cuarto mandato, el domingo pasado. Por su tendencia antiimperialista e independiente, no ha sido un Presidente grato para los centros de poder hegemónicos, a pesar de sus enormes éxitos socioeconómicos. Por ello, las empresas comunicacionales han magnificado las protestas electorales de pequeños grupos, mientras soslayan que en Chile la población se ha insurreccionado, tras treinta años de exclusión e injusticias.
El Gobierno boliviano ha salido a enfrentar las voces que cuestionan el proceso electoral, solicitando al Secretario General de la OEA, uno de sus mayores adversarios políticos, que fiscalice cada una de las actas electorales, reto que Almagro ha aceptado.
En Bolivia, gana quien obtenga la mitad más uno de los votos, o si alcanza un 40% de los sufragios, pero sacando 10% de diferencia al segundo lugar. La derecha boliviana, con apoyo regional, le apostó a que Morales tuviera que ir a una segunda ronda electoral, contra una alianza de todas las demás fuerzas políticas, pero no se les hizo.
Durante el recuento comicial volvió a suceder un fenómeno recurrente en otras elecciones: los resultados electorales (15% a 20% del total) de las zonas indígenas, campesinas, pobres y alejadas llegaron al último, cambiando la tendencia, pues es el voto duro de Evo. De esa particularidad se agarraron los derrotados para alegar falso fraude.
Debido a su profundo racismo y clasismo, a esas fuerzas conservadoras les duele que un indígena y exsindicalista se haya convertido en el Presidente electo, con más años de gobierno en América, y en una figura política electoralmente imbatible. La revista Forbes lo califica como uno de los cien personajes con mayor poder en el orbe.
Durante los trece años de gobierno del MAS, encabezados por Evo Morales y Álvaro García Liniera (uno de los intelectuales más influyentes de la izquierda continental), se han alcanzado grandes logros estructurales. La economía creció, en promedio, 4.9% (CEPAL); la pobreza disminuyó 26%, y la pobreza extrema se redujo 23%; en 2018 el PIB se incrementó en 4.2%, el más alto de Suramérica. Entre 2006 y 2008 la tasa de analfabetismo pasó del 13.3% al 4.7%, y el año pasado se redujo al 2.4%, un magnífico logro.
Bolivia tiene un PIB per cápita de más de 3 mil dólares (en nominal) y un PIB per cápita de más de 8 mil dólares (en PPA), pasando a pertenecer a la categoría de países de ingresos medios, según el Banco Mundial. El espacio es corto para dar cuenta de los grandes éxitos en salud, comercio, minería, energía, agroindustria, infraestructura y banca, amén de logros diplomáticos mundiales, gracias a lo cual Bolivia crece y vive en paz.
Sin embargo, en países considerados ejemplo de “libertad económica”, la ciudadanía se ha alzado contra las políticas neoliberales, como en Honduras, Ecuador, Argentina y, ahora, Chile. Una consigna de la insurrección chilena resume este fenómeno continental: “No es por los 30 pesos, es por los treinta años”. Aclara que el levantamiento no es por el aumento del pasaje en el metro, es contra un sistema excluyente que, a lo largo de nuestra América, ha impuesto una desigualdad social extrema, inhumana, insoportable.
Indignado por la cauda de muertos, heridos y miles de detenidos que deja la voraz oligarquía chilena y sus carabineros, recordé la voz serena, inclaudicable, de Salvador Allende, quien en su última alocución advirtió: “…la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos. ¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!”.