Víctor Ferrigno F.

Jurista, analista político y periodista de opinión desde 1978, en Guatemala, El Salvador y México. Experiencia académica en las universidades Rafael Landívar y San Carlos de Guatemala; Universidad de El Salvador; Universidad Nacional Autónoma de México; Pontificia Universidad Católica del Perú; y Universidad de Utrecht, Países Bajos. Ensayista, traductor y editor. Especialista en Etno-desarrollo, Derecho Indígena y Litigio Estratégico. Experiencia laboral como funcionario de la ONU, consultor de organismos internacionales y nacionales, asesor de Pueblos Indígenas y organizaciones sociales, carpintero y agro-ecólogo. Apasionado por la vida, sobreviviente del conflicto armado, luchador por una Guatemala plurinacional, con justicia, democracia y equidad.

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Víctor Ferrigno F.

El próximo domingo se cumplen 75 años del triunfo de la Revolución de Octubre de 1944, que constituyó la primera gesta emancipadora en América, después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se recomponía la geoestrategia en el orbe. En ese contexto, Juan José Arévalo Bermejo gana las elecciones e inicia, con visión de estadista, las más profundas transformaciones que Guatemala ha vivido.

No es posible explicarse el genio de este político y educador sin considerar su forja como estadista, la cual se da en un crisol marcado por cuatro grandes fenómenos: la tiranía de Estrada Cabrera, la Revolución Unionista de 1920, la dictadura de Jorge Ubico y la Segunda Guerra Mundial.

De la madre mentora hereda Arévalo la pasión por el conocimiento y la enseñanza; estos dos elementos marcan a fuego vivo su vida, la que transita escalonadamente por la pedagogía, el humanismo, la filosofía y la política. Su concepción de la educación como medio para la humanización y la libertad lo lleva a preocuparse de la formulación de políticas públicas en la materia.

La sevicia vivida durante la dictadura de Estrada Cabrera y la barbarie de la Segunda Guerra Mundial lo mueven hacia el humanismo, para superar “nuestra animalidad”, dice.

Las condiciones de libertad y progreso creadas por la Revolución Unionista le permiten al joven mentor concursar y ganar una beca para cursar estudios superiores en la república Argentina. El joven Arévalo Bermejo se forma como filósofo en Argentina; en tanto pensador de la totalidad, interpreta a la sociedad como un fenómeno integrado que debe articularse y moverse en torno a principios espirituales prístinos. Tales concepciones lo hacen interesarse por el papel rector del Estado y, al ser electo Presidente, lo llevarían a “imponer los valores espirituales como norma de Gobierno”.

En 1934, ya consolidada la dictadura ubiquista, Arévalo retorna a Guatemala, fracasando en su intento de fundar una Facultad de Filosofía y Letras. Ocupa su tiempo entre la labor pública y la académica, y publica diversos ensayos de orientación filosófica y pedagógica.

Asfixiado por la intolerancia política y la pobreza cultural del régimen, regresa a Buenos Aires, en 1936, para trabajar como docente. No desarrolla militancia partidaria alguna, pero fragua una visión integral y libertaria de la sociedad, y se fija una meta de ámbito estatal: la educación y la formación de su pueblo.

Armado de valores e ideas, Juan José Arévalo regresa en 1944 a Guatemala, para asumir la candidatura presidencial que le ofrece el Partido Renovación Nacional. Gana las elecciones con un amplio margen y, desde la Primera Magistratura, Arévalo impulsa lo que él denominó el socialismo espiritual, una formulación filosófico-política que surge del liberalismo con un sentido socializante: la plenitud del individuo en un marco de bienestar social. Sistematiza esta teoría en su Carta Política al Pueblo de Guatemala, legándonos un ideario que la clase política de hoy, tan ayuna de principios programáticos, haría bien en estudiar.

En su memorable discurso de despedida como Presidente, advierte que también hay que ocuparse de la derrota filosófica, política y cultural de las ideologías totalitarias pues, disfrazadas, son asumidas por aquellos que dicen defender la democracia.

La actualidad de estos juicios hace evidente la visión estratégica de aquel estadista que supo empinarse sobre la mediocridad provinciana y partidista, para convertirse en un prohombre. Ayunos de líderes de esa talla, debemos aprender de su obra y, replicando el clamor de 1944 contra la opresión, gritar ¡Viva Arévalo, carajo!

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