Eduardo Blandón
Cuando uno observa el desempeño de los diputados de la UNE en busca de impunidad y del recién elegido presidente con su visita “original” a Venezuela buscando lo que no ha perdido, se confirma la miseria de nuestra democracia que establece como potenciales candidatos a la Presidencia a lo menos depurado del sistema o, más bien, a las más refinadas de sus lacras.
Por eso es que tiene sentido el abstencionismo como forma de no participación en el juego perverso de los operadores políticos que permiten que el pueblo decida entre el menos malo de los peores. Aún y cuando la crítica ortodoxa insista en que no votar es ya una decisión que concede posibilidades a uno de los contendientes.
Como sea, imagínese el sentir de los que votaron por el partido de la UNE, furibundos por impedir el triunfo de VAMOS. Confiados en que aquel partido sería mejor (menos perverso que el último). Pura ficción o autoengaño, el triunfo de la propaganda sobre la razón, porque no hay menso que no intuya que nuestros partiduchos están hechos de la misma materia. Partidos de poca monta, sin ideologías, financiados con capital dudoso y liderados frecuentemente por sujetos autoritarios (como nos suele gustar en Guatemala).
Así, la impunidad que busca la UNE no nos debería sorprender. Con buena memoria diríamos que es solo una raya más para el tigre, un fenotipo que con el tiempo los partidos políticos ostentan con desvergüenza. Lejos del disimulo y las formas, priva el descaro porque ya está generalizado el vicio en todos los ámbitos de la vida.
Y como no solo Dios ha muerto sino también sus profetas, habitamos el mundo según la ley de la selva. Sin referentes ni modelos, establecidos en un desierto cultural que amenaza la inanición. Frente al mundo gris, ¿quiénes cree usted que son los primeros que han sucumbido? Acertó, los políticos, los mercaderes, los banqueros y las personalidades oportunistas e inescrupulosas a quienes el horizonte de significación en sus vidas es el lucro o lo que llaman rimbombantemente, el éxito económico.
No nos perdamos. El diagnóstico ya está dado y repetirlo cansa. Lo que hay que hacer es atajar las ensoñaciones y deseos de quienes manejan el cotarro para obligarlos a refrenar sus malos apetitos e inclinaciones. Ya no sirve solo exponerlos a la luz pública porque no tienen pena, se trataría de aplicar estrategias positivas (a través de la ley, la unidad de las fuerzas de oposición y el apoyo de la ciudadanía dispuesta a manifestar) para extirpar el tumor que tiene postrado al país y amenaza su defunción. Lo demás es poesía rosa y fuga mundi, el opiáceo cómodo del “laissez faire et passer”.