El escritor Moisés Naím fue la figura principal en el evento anual que organiza Fundesa y entre muchas cosas importantes que expuso habló del problema de la desnutrición infantil en Guatemala, tema que posteriormente desarrolló en entrevistas que le hicieron diversos medios de comunicación. Y manifestó su incredulidad ante una sociedad que no se indigna ante el hecho de que la mitad de sus niños estén sufriendo desnutrición crónica, afirmando que nuestro país es el peor en ese renglón en el continente y uno de los peores en todo el mundo. Enfatizó que otros países con menos riqueza natural que el nuestro han logrado erradicar ese flagelo que marca para siempre la vida de quienes lo sufren porque limita, en los años fundamentales de la primera infancia, el desarrollo físico e intelectual de las personas.
Pero más allá de que la sociedad no se indigne ante esa realidad, me preocupa que ni siquiera pareciera que nos da vergüenza mantener indicadores tan patéticos que reflejan una actitud de absoluta irresponsabilidad social. Lejos de que haya una política nacional para combatir la desnutrición vemos con indiferencia que los indicadores sigan al alza y que la condición de nuestra niñez vaya en permanente deterioro por falta de una estrategia que nos permita iniciar el camino hacia la solución del problema.
Es un hecho que en casi todas las materias de la administración pública nuestro Estado se hace el desentendido y por ello tenemos tantas carencias y deficiencias. Tenemos un Sistema de Salud que, por la vía de pactos colectivos negociados mañosamente, destina la mayor parte de los recursos al pago de salarios de personal improductivo que mediante el chantaje y la corrupción obtuvieron esos beneficios sin que exista asomo alguno de beneficio para la población; pero es importante agregar que lo que queda para compra de medicinas y para inversión se esfuma en medio de asquerosos negocios entre autoridades y particulares.
Y ese ejemplo se puede replicar en todas las áreas de la administración y por ello las carreteras se derrumban al primer aguacero y la educación es un desastre en el que los alumnos muestran pésimas calificaciones en lectura y matemáticas, fundamento del aprendizaje.
Sucede que nos hemos acostumbrado a vivir en ese sistema podrido y por ello ni siquiera el hecho de que estemos condenando a la mitad de los niños del país a sufrir las consecuencias de la desnutrición que les marcará para toda la vida es capaz de provocar indignación o vergüenza. Lo vemos todo como parte de nuestra vida, parte de nuestro paisaje cotidiano y nos resignamos sin más, de la misma manera en que nos hemos resignado a vivir gobernados por la bazofia de ladrones irresponsables que traficando influencias y recibiendo sobornos se enriquecen mientras los problemas sociales se incrementan y la pobreza en general aumenta.
¿Cómo se van a indignar algunos de los que asistieron al evento en el que habló Naím si son de los que endiosan y aplauden al payaso que le precedió en el podio?
Para ese grupito el buen gobierno no es el que piense en erradicar la desnutrición sino el que se encargue de apuntalar la impunidad.