Arlena Cifuentes
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Retroceder a los años 80 cuando inicié mi participación en los esfuerzos por trazar los senderos que permitieran sentar las bases hacia la instauración de la apertura democrática la cual conllevaba en sí misma la finalización del Conflicto Armado Interno, me hace consciente del idealismo que, en aquel entonces, algunos de los que participamos, le imprimimos al mismo. Otros tenían sus objetivos e intereses muy claros. Ha transcurrido el tiempo y ese idealismo ha ido desapareciendo y convirtiéndose en escepticismo.
Parece que fue ayer, que la señora Rosalina Tuyuc llegó a la sede del CEDEP, el cual presidía en aquel momento, a pedirme el apoyo a la candidatura de Rigoberta Menchú al Premio Nobel de la Paz. Tuve que decirle que podía brindarle mi apoyo personal, no institucional porque el CEDEP se resquebrajaba debido a los intereses personales de uno de sus miembros apoyado por otros, a lo que varios nos opusimos rotundamente. No podía permitirse que los fondos fueran manoseados. Así, con idealismo, brindé conjuntamente con el padre de mis hijas, el apoyo a la candidatura de Rigoberta al Nobel de la Paz, considerando que este tendría un significado positivo para los guatemaltecos, representaba la posibilidad de superar las heridas más profundas, de acercarnos y encontrarnos en la búsqueda del bienestar de los pueblos. Sin embargo, lo que el Nobel generó fue una mayor polarización y división. Prevalecieron como siempre los intereses particulares que impidieron que esta conquista nacional trascendiera los intereses de la izquierda.
En el marco de ese idealismo allá por los años 90, conocí a Alejandro Giammattei en un esfuerzo por participar en política partidista, Alejandro se postulaba como candidato a la alcaldía metropolitana, el idealismo no nos abandonaba, queríamos que el esfuerzo no fuera contaminado ni condicionado, pero nos dimos cuenta que necesitábamos financiamiento y este llegaba únicamente a través de condicionamientos, como la compra-venta de puestos, con lo que no estuvimos de acuerdo.
Cuando Alejandro resultó ganador en las recién pasadas elecciones temí que la transición hasta el 14 de enero de 2020 fuera contraproducente; sin embargo, justo es reconocer que el Presidente electo está aprovechando de manera positiva la etapa transitoria. Escuchar sus discursos genera esperanza, la fogosidad, la convicción que les imprime, como si aún estuviera en campaña no dejan de sonar alentadores. Probablemente contengan una dosis de idealismo y la emotividad que dan los años. El tiempo ha transcurrido y justo es reconocer que su personalidad, a lo largo de más de veinte años, refleja cambios que producen confianza. Por otra parte, no hay que perder de vista que puede tener todas las buenas intenciones y convicciones del mundo, pero es indudable que la rosca de incondicionales y aduladores ya está conformada como lo está su equipo de gobierno, de lo cual depende en buena medida el éxito de su gestión.
El discurso del Presidente electo en el Encuentro Nacional de Empresarios -Enade 2019- expresado con la convicción y energía que le imprimió suena convincente. Los cinco ejes abordados son fundamentales para el desarrollo y la recuperación de la legitimidad institucional del país: La competitividad, la gobernabilidad, la transparencia y calidad en el gasto, y el crecimiento económico; dejo a propósito de último, el tema del desarrollo social porque creo firmemente que es el bastión del desarrollo integral, el cual pasa por una reforma educativa urgente adecuada a las necesidades y realidad del país; así como la disminución de la desnutrición infantil la cual nos confiere vergonzosamente casi el primer lugar en el mundo.
Las conclusiones del Enade se constituyen en un punto de partida para que tanto el nuevo gobierno como el sector empresarial puedan coordinar acciones conjuntas dirigidas al fortalecimiento institucional en beneficio de todos los guatemaltecos.