Adrian Zapata

zapata.guatemala@gmail.com

Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Por: Adrián Zapata
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Monseñor Álvaro Ramazzini ya es Cardenal. La semana pasada recibió el capelo cardenalicio de manos del Sumo Pontífice.

El nuevo Cardenal es ampliamente conocido en Guatemala. Sin duda es un personaje controversial. Las derechas no lo quieren, lo caracterizan como una persona que apoya a los “revoltosos”. Lo identifican como resabio de la pesadilla que tuvieron en los años anteriores cuando la Iglesia católica impulsó la opción preferencial por los pobres, la cual sufrió un retroceso con la hegemonía que lograron sectores conservadores en dicha iglesia.

Pero Monseñor Ramazzini ha sido coherente y consecuente con los principios que han guiado su acción pastoral. Ha sido la voz de los que no tienen voz. Su identificación con los pobres y excluidos ha sido permanente.

Lo anterior no significa, sin embargo, que sea portador de posiciones intransigentes o extremistas. Sabe escuchar y buscar acuerdos. No olvida que esa opción preferencial que él ha asumido permanentemente no significa la condena de quienes no piensan en similares términos, ya que los pobres también pueden ser de espíritu, aunque tengan riquezas.

Su amplitud y flexibilidad le ha provocado también algunas inconformidades de sectores sociales de izquierda radical que tienen dificultades para pensar más allá de su fanatismo.

A mí me parece afortunada, acertada y oportuna la decisión del Papa Francisco. Creo que significa la comprensión de que la Iglesia católica podría jugar un rol muy importante en la búsqueda de la paz y la justicia social. El rango que ahora ostenta Monseñor Ramazzini lo legitima aún más para poder convertirse en un puente entre atrincheramientos que carcomen Guatemala.

Pero, a mi juicio, es deseable que este puente sirva para abordar los temas estructurales del país. Por importantes que sin duda son los aspectos relativos a la corrupción, la impunidad, la justicia y la reforma política, hay que trascender más allá de ellos. Para estos temas ya hay suficientes actores, por cierto también parapetados. Urge que asumamos la convicción que la pobreza, el hambre, la desnutrición, la migración provocada por territorios rezagados que expulsan a su población, la exclusión, la grosera desigualdad, son realidades que debemos superar.

Lo que está sucediendo ahora en Ecuador es un claro ejemplo de cómo esas condiciones son una bomba de tiempo cuya mecha, tarde o temprano, se agotará. Allí, el gobierno de Lenin Moreno traicionó la opción política que lo llevó al poder y se plegó a las derechas, nacionales e internacionales, desandando el camino que con Correa se había logrado avanzar. Veámonos en ese espejo, ahora que afortunadamente la dramática situación prevaleciente en nuestro país aún no se desborda socialmente.

Por eso, insisto, hagamos del reconocimiento que el Papa Francisco ha hecho de lo que significa Monseñor Ramazzini en Guatemala, una oportunidad para el abordaje y concertación nacional en torno a los problemas estructurales sin cuya gradual solución la bomba estallará, inevitablemente.

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